País Vasco: La identidad herida
Fíjense que pese a todo, soy favorable, como apunta David Rieff, a dosificar una buena cantidad de olvido para superar los traumas políticos del pasado. Pero aún sabiendo que el equilibrio entre justicia (memoria) y verdad (historia) es difícil de alcanzar, considero que solo un olvido compartido puede tener una cierta, y solo cierta, posibilidad de éxito. Aún estamos a tiempo de conseguirlo aunque, naturalmente, soy pesimista.
Nacer y vivir en el País Vasco supone una presión identitaria de primer orden. La idea de plurinacionalidad implica que se puede ser español de muchas maneras, pero vasco de una sola: nacionalista. También pasa en Cataluña. En mi caso, al no tener lengua propia y no haber sido socializado por la escuela y los medios creados por el PNV y HB, la identidad nacional es nula. La sensación de desarraigo es poderosa si no decides sumarte voluntariamente a la comunidad de destino. Tengo que reconocer que ese desarraigo fue creciendo a medida que fui consciente de la forma en la que mi patria chica se enfrentaba al terrorismo de ETA.
En el año 2003 la policía francesa detuvo a Susper, jefazo de ETA, y encontró en su poder las llaves del domicilio (portal y garaje) de Rodolfo Ares, parlamentario y luego consejero de interior del Gobierno Vasco de Patxi López. Solo en el 2008 supimos de este asunto. Recuerdo vivamente un artículo en prensa de Josu Jon Imaz, “La llave de Rodolfo”, por aquel entonces de estancia universitaria en Estados Unidos. Estremecido, e intuyo que desengañado, Imaz reclamaba una deslegitimación inmediata del terrorismo y un examen de conciencia sobre cómo las llaves de una casa podrían terminar en manos de una mafia política violenta. Solo en un pueblo de chivatos y colaboradores podía ocurrir una cosa así.
Este mes de febrero la herida ha vuelto a sangrar. Los delatores que ayudaron a asesinar a Joseba Pagazaurtundua, fueron recibidos con honores en su municipio, Andoain. Las reacciones fueron desiguales, no en vano teníamos a un país defendiendo la libertad de un rapero a enaltecer el terrorismo de ETA. Unos pocos miembros del PP hicieron frente al homenaje, con unas modestas fotos de Pagaza en sus manos. Me cuidé de analizar las reacciones.
Entre el nacionalismo, una vez más, en un gesto que le honra, el Lehendakari Urkullu rechazó de plano ese tipo de actos de apoyo a ETA. Fue la única voz discordante: otros miembros de su partido o Bildu, criticaron al PP por “aprovecharse políticamente del terrorismo y querer volver al pasado”.
En realidad este ha sido, es y probablemente será, el argumento principal del relato oficial que se va a terminar imponiendo en el País Vasco con respecto al terror de ETA. De extender y reforzar ese argumento se encarga, principalmente, el poderoso ente audiovisual público, EITB, administrador del marco mental y el lenguaje político a través de los cuales expresan sus ideas mis paisanos. Olvidemos porque existe un presunto conflicto milenario en el que ambas partes han hecho uso de “violencias”. Ahí también caben las guerras carlistas, la Guerra Civil y el franquismo.
Fíjense que pese a todo, soy favorable, como apunta David Rieff, a dosificar una buena cantidad de olvido para superar los traumas políticos del pasado. Pero aún sabiendo que el equilibrio entre justicia (memoria) y verdad (historia) es difícil de alcanzar, considero que solo un olvido compartido puede tener una cierta, y solo cierta, posibilidad de éxito. Aún estamos a tiempo de conseguirlo aunque, naturalmente, soy pesimista.
Este subjetivo está dedicado a Joseba Pagazaurtundua y su familia, abandonados a su suerte por la comunidad política donde habitaban. Entre ellos, por quien esto escribe.