THE OBJECTIVE
Jordi Bernal

Volver a ‘The Wire’ sin verla de nuevo

He intentado suplir ese no sé qué que me falta desde entonces con la frecuentación de otras series mayúsculas, consideradas tan buenas como The Wire; sin embargo el remedio fue peor que la melancolía arrastrada, como cuando uno pretende superar las heridas del corazón mediante la cópula compulsiva y anónima.

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Volver a ‘The Wire’ sin verla de nuevo

Frente a cualquier obra maestra que nos ha conmocionado y de alguna manera nos ha cambiado y hecho más soportable la existencia, la variedad de emociones y sentimientos incluye, hay que admitirlo, la envidia hacia aquellos espíritus virginales que se enfrentan a ella por primera vez. Así que cada vez que, por ejemplo, me topo con algún cinéfilo despistado e inverosímil que todavía no se ha metido entre pecho y espalda las cinco temporadas de The Wire siento un íntimo resquemor, una nostalgia imposible por lo que nunca más podrá ser.

He intentado suplir ese no sé qué que me falta desde entonces con la frecuentación de otras series mayúsculas, consideradas tan buenas como The Wire; sin embargo el remedio fue peor que la melancolía arrastrada, como cuando uno pretende superar las heridas del corazón mediante la cópula compulsiva y anónima.

Finalmente, di con la solución para poder volver a The Wire como si fuera la primera vez. Con esa ilusión trémula y barbilampiña de la primera cita. La idea me la dio el propio creador de la serie, David Simon, o para ser exactos sus dos monumentales obras periodísticas –Homicide y The Corner– que de alguna manera conforman el sustrato literario de la serie de marras. El par de tochos me hizo revivir ese universo artístico incrustado en el asfalto de Baltimore, y teniendo en cuenta que Simon declaró en una ocasión que concibió la obra televisiva como ‘una novela visual’ y que buena parte de sus guionistas provienen de la literatura de ficción, me fui a las fuentes directas. O sea a las novelas de George Pelecanos, Richard Price y Dennis Lehane.

En la novelística del trío se encuentra la misma dureza expositiva, el humor tiznado, un talento narrativo admirable y la mirada comprensiva pero no babeante a los perdedores y los atrapados en la miseria. No por casualidad los tres provienen de barrio e imponen un realismo crudo y severo a su escritura.

Cuando escribo estas líneas casi he devorado todas sus novelas y sé que me queda poco tiempo para volver a ser un hombre sumido en una tenebrosa melancolía. De momento, no obstante, disfruto de esa excitación que sin lugar a dudas despierta alguna que otra envidia callada.

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