Aquí vivió Mireille Knoll
Es un odio que ha tenido mil caras, pero hiela la sangre pensar que una mujer que escapó de las tinieblas del Vel d’Hiv haya muerto cosida a puñaladas por los mismos motivos y en la misma ciudad. Europa tiene una deuda a perpetuidad con los judíos y debería honrarla en todos los frentes.
Una limpia mañana de verano crucé Montmartre hasta el número 41 del boulevard Ornano de París. Me senté en una terraza de la acera de enfrente y tomé algunas notas sobre el edificio, los nombre de los comercios, la gente que entraba y salía del portal, esa clase de cosas. Allí, según el breve de periódico que encontró el escritor Patrick Modiano, vivió la joven Dora Bruder, una francesa de origen judío detenida en 1942 en la redada del Velódromo de Invierno y asesinada en Auschwitz. Nada podía añadir a lo descubierto por Modiano en su investigación contra el rodillo del tiempo, pero quería verlo, confirmar su existencia. Aunque no lo recuerde ninguna placa, en el 41 de Ornano vivió Dora Bruder.
Leo sobre Mireille Knoll, una mujer de 85 años que sobrevivió a esa misma redada del Velódromo en la que 13.152 judíos fueron detenidos y posteriormente deportados a los campos nazis de exterminio y cuyo cuerpo apuñalado y quemado fue descubierto el pasado viernes en su piso del distrito XI. La fiscalía parisina baraja el motivo de antisemitismo y dos jóvenes vecinos han sido detenidos. La nieta de la anciana acusa a uno de ellos, un musulmán al que Knoll conocía, de ser el autor del crimen.
El caso ha recordado inmediatamente el de Sarah Halimi, una profesora de 66 años, que fue torturada, degollada y lanzada al vacío desde su piso -en el mismo distrito XI- por un vecino de origen maliense al grito de «diablo» y «Allahu Akbar» -en árabe, Dios es el más grande-. La fiscalía tardó entonces diez días en contemplar el agravante de antisemitismo, a pesar de los testimonios y de que la mujer sufriera insultos constantes y fuera conocida en su edificio como «la judía».
Hay otros casos recientes de asesinatos antisemitas en Francia a manos de jóvenes musulmanes como el del joven Ilan Halimi -sin parentesco con Sarah-, la matanza en una escuela de Toulouse o el asalto de un supermercado judío en París tras el atentado contra Charlie Hebdo. El ancestral antisemitismo europeo y cristiano se camufla -obligado por la Historia y a duras penas- en el antisionismo moderno, odio transversal y flexible a Israel, y cabría preguntarse si ese enmascaramiento ha allanado un trecho del camino a los jóvenes musulmanes europeos que matan a hombres, mujeres, niños y ancianos judíos en nombre de su religión.
Es un odio que ha tenido mil caras, pero hiela la sangre pensar que una mujer que escapó de las tinieblas del Vel d’Hiv haya muerto cosida a puñaladas por los mismos motivos y en la misma ciudad. Europa tiene una deuda a perpetuidad con los judíos y debería honrarla en todos los frentes. Por lo pronto, a las placas que señalan las escuelas de París de donde los colaboracionistas se llevaron a niños judíos se deberían añadir más. Una en un edificio del distrito XI que dijera: «Aquí vivió y murió asesinada por ser judía Mireille Knoll».