Gibson: la quiebra del rock
La semana pasada el mundo despertó con la noticia de que la fábrica de guitarras Gibson entraba en bancarrota. Según declaró el director ejecutivo, Henry Juszkiewicz, la compañía tendrá que refinanciar 375 millones de dólares, si no quiere desaparecer en los próximos meses.
La semana pasada el mundo despertó con la noticia de que la fábrica de guitarras Gibson entraba en bancarrota. Según declaró el director ejecutivo, Henry Juszkiewicz, la compañía tendrá que refinanciar 375 millones de dólares, si no quiere desaparecer en los próximos meses. Es la consecuencia de una presunta mala diversificación empresarial en Europa. Sin embargo, es bien conocido, como documentó el Washington Post recientemente, que la venta de guitarras eléctricas está cayendo dramáticamente desde hace años en Estados Unidos y en el resto de mundo. Rivalizando con Fender, la marca con origen en Michigan había sido, desde que a comienzos de la década de 1950 pusiera en circulación el famoso modelo de cuerpo macizo ideado por Les Paul, el icono instrumental de prominentes artistas de blues (la saga de los King o Peter Green) y de rock (Jimmy Page, Angus Young, Slash o Lenny Kravitz).
La cruda realidad es que el público se ha ido alejando cada vez más de los grupos y solistas que lideraban las escenas con guitarra en mano. Los viejos héroes del diapasón no han sido sustituidos por artistas jóvenes que llenen estadios, sino por, en el mejor de los casos, grupos corales donde parece que se democratizan tareas musicales que antaño estaban bien delimitadas y repartidas. Se apunta a un cambio sociológico de fondo: los jóvenes de hoy en día buscan formas de hacer música mucho más sencillas, donde no sea necesario un ímprobo esfuerzo para llegar a dominar instrumentos que exigen bastantes horas de dedicación y unas destrezas que muchas veces la lotería de nacimiento reparte aleatoriamente. Mejor una consola en casa que un local de ensayo frío y maloliente. Así las cosas, aprovechen para ver los últimos días de un Eric Clapton que anuncia su retirada por sordera, un Ritchie Blackmore artrítico y un Mark Knopfler tocando los sultanes del swing a mitad de revoluciones.
Acaso la bancarrota de Gibson sea la bancarrota del rock. Un estilo que va desvaneciéndose entre dinosaurios de estadio, bandas de tributo y seguidores puretas que quieren volver a la juventud durante las dos horas que dura el concierto. Reconozcamos que el virtuosismo cotiza a la baja: nadie necesita interminables solos ni toneladas de egocentrismo. ¿Cuál será el lugar de la guitarra eléctrica en la cultura popular del siglo XXI? Mark Greif apunta en su necesario “Contra todo”, que las experiencias triunfantes de la posmodernidad serán el esteticismo y la fenomenología. Abundan mercados guitarrísticos donde se buscan modelos manufacturados y piezas de coleccionista. Pero, sobre todo, se camina hacia formas de disfrute musical hechas para los propios artistas y no para el público. El rock se dirige al lugar del que salió: el garaje. Y no creo, sinceramente, que haya una perspectiva más embriagadora.