La sociedad plural
Al final de su vida, en una larga conversación con el sociólogo Steven Lukes –que acaba de editar en castellano Página Indómita–, Isaiah Berlin reflexionó sobre la difícil relación entre el espíritu liberal y la tentación dogmática del fanatismo. No se trata de una controversia precisamente nueva, ya que hunde sus raíces en el proyecto democrático. «Los liberales –observa Berlin– están comprometidos con la creación de una sociedad en la que el mayor número posible de personas pueda llevar una vida libre, una vida en la que dichas personas puedan desarrollar sus potencialidades, tantas como sea posible, a condición de que no aborten las de los demás». Pero este anhelo, que viene a ser el de una vida civilizada donde se asuma como propia la riqueza de la pluralidad, choca con la intransigencia de los extremistas.
Al final de su vida, en una larga conversación con el sociólogo Steven Lukes –que acaba de editar en castellano Página Indómita–, Isaiah Berlin reflexionó sobre la difícil relación entre el espíritu liberal y la tentación dogmática del fanatismo. No se trata de una controversia precisamente nueva, ya que hunde sus raíces en el proyecto democrático. «Los liberales –observa Berlin– están comprometidos con la creación de una sociedad en la que el mayor número posible de personas pueda llevar una vida libre, una vida en la que dichas personas puedan desarrollar sus potencialidades, tantas como sea posible, a condición de que no aborten las de los demás». Pero este anhelo, que viene a ser el de una vida civilizada donde se asuma como propia la riqueza de la pluralidad, choca con la intransigencia de los extremistas. «A los fanáticos nunca es posible satisfacerlos», puntualiza Berlin, y por ello el riesgo de su triunfo está siempre allí cuando no se les contiene. De hecho, la democracia ilustrada no es un universal, sino que requiere un humus cultural determinado y una serie de virtudes construidas en el tiempo. «Creo que el liberalismo –concluye– es esencialmente una convicción de personas que durante mucho tiempo han convivido en relativa paz en el mismo territorio. Se trata de un invento inglés. […] Imagino que si estás continuamente expuesto a los progromos, serás más escéptico con respecto a la posibilidad del liberalismo».
El cultivo de una sociedad plural es uno de los grandes temas de nuestro tiempo, sobre todo a medida que el prestigio de la guerra cultural ha ido laminando la calidad de la conversación pública. En este sentido, España puede resultar paradigmática: ni el poso de paz requerido por Berlin se cumple a lo largo de los dos últimos siglos de nuestra historia –esa «Mater dolorosa», en palabras del historiador Álvarez Junco–, ni el gran periodo de modernización que supuso el restablecimiento de la democracia en 1978 nos ha inmunizado frente a la epidemia populista que recorre Europa y que, en nuestro caso, ha adquirido tintes muy particulares. La sentencia del caso Gürtel –durísima con el Partido Popular– nos lleva ya a un escenario donde la Transición aparece como un mundo de ayer, es decir, como un lugar y un tiempo caducos. Sin embargo, fuera del marco que nos ha brindado esta Constitución sólo se abre un espacio fragmentado. En la Guerra Fría –y algo hay de guerra fría postmoderna en estos momentos–, la doctrina Kennan impuso un doble principio: contención y mano tendida. La necesaria regeneración de nuestro país tendrá que pasar por esta estrategia combinada: contener a los fanáticos, por un lado; ofrecer la mano con lealtad e integrar la riqueza de la diferencia, por el otro.