Días de feria
El pintor aragonés Pepe Cerdá sostiene que no hay que volver a los sitios en los que uno ha sido feliz. Lo dice pensando en París, donde él fue feliz y donde vuelve siempre que puede, entre otras cosas, para saber de lo que habla. El primer trabajo que tuve cuando me mudé a Madrid fue en una caseta de la feria. Entonces me pareció inabarcable y que duraba demasiado.
El pintor aragonés Pepe Cerdá sostiene que no hay que volver a los sitios en los que uno ha sido feliz. Lo dice pensando en París, donde él fue feliz y donde vuelve siempre que puede, entre otras cosas, para saber de lo que habla.
El primer trabajo que tuve cuando me mudé a Madrid fue en una caseta de la feria. Entonces me pareció inabarcable y que duraba demasiado. Allí hice mi primera amiga en Madrid y aún la conservo. El segundo año uno de los editores para los que trabajaba pretendió amenazarme: “¿Tú quieres volver a trabajar aquí al año que viene?”, me dijo. Le respondí que esperaba no tener que necesitarlo, la verdad. Los dos fallamos en nuestros pronósticos: volví a trabajar en la feria al año siguiente, pero no para él. El último año que fui casetera un tipo me timó cincuenta euros con la previsible estrategia del cambio de billete en el último momento.
Se acaba de inaugurar Feria del Libro de Madrid, entre tormentas y amenazas de fuertes vientos, y sé que este año, por mucho que me empeñe en lo contrario, también volveré. Cuando vuelvo al paseo de coches vuelvo adonde me han llevado helados a la caseta, donde mi novio patinaba y se acercaba a saludar, donde he firmado mis propios libros (!), donde he visto a escritores que admiraba; pero también donde he pasado calor, me he aburrido, me he protegido de las visitas de los colegios, de los comentarios soeces de señores mayores, donde he tenido que compartir un rato obligatoriamente con gente sin que me pagaran lo suficiente por aguantarla y donde me he refugiado de una tormenta envuelta en plástico. Vuelvo para tomar cervezas al sol y ver a amigos; para descubrir libros, editoriales y autores que no conozco y para pasear con o sin hijos.
La escritora Lara López tenía la loca idea de hacer una antología de relatos sobre la feria, se llamaría Días de feria. Es una pena que no exista todavía un libro con un título tan bonito. Puede que no lo leyera nadie, pero sería divertido. Inspirada por eso, traté de llevar un diario de mis ferias y fracasé.
La feria son también las fiestas: este año ya me he perdido dos, al menos que sepa, y no me da pena. Al principio creía que pasaría algo: que tenía que estar en las fiestas, que eso era bueno para mi carrera. Era joven. Creía que podría haber glamour. Me ponía muy nerviosa si no me invitaban. Luego ya solo quería emborracharme. Estos años siempre digo que no voy a ir a ninguna y luego acabo yendo a una como mínimo, con la excusa de que son muy cerca de mi casa o de que así veo a un escritor amigo venido desde Zaragoza.
Como los asesinos, yo siempre vuelvo. No me asusta manchar el recuerdo, revivirlo, que se mezcle con otros nuevos y que se emborrone todo un poco. Vuelvo siempre, también adonde he sufrido.