Tener o no tener
En España cada vez nacen menos niños. Somos un país viejo en el que ni siquiera se garantiza la tasa de reposición. Tener hijos da pereza y es normal. Dan mucho trabajo, suponen un gran esfuerzo económico, personal y suelen venir acompañados de un sacrificio de las carreras profesionales de las mujeres –cada vez más, también de los hombres–. Normalmente quienes tienen hijos no lo hacen pensando en levantar la natalidad de su país. Lo hacen para satisfacer un deseo personal, por repetir un modelo y, en parte, por cierta ignorancia, o inocencia. Quiero decir que no hay épica en la decisión de ser padres, hay inconsciencia. Y es más fácil dejarse llevar por el lado inconsciente en un arrebato que si hay que empezar un proceso de inseminación artificial o de adopción. En eso, las mujeres heterosexuales con pareja llevamos ventaja sobre el resto. Pero no en mucho más. No es que no suponga un coste para nuestras carreras o que siempre hayamos alcanzado la estabilidad cuando decidimos tener hijos. A veces, es solo que nos dejamos llevar por un momento de pasión. También puede ser una decisión muy consciente y meditada y sopesada, claro. No debería haber nada heroico en el hecho de tener hijos. Y sin embargo, yo también miro con cierta admiración (a veces con envidia) a otros padres y madres: ¿cómo lo hacen?, me pregunto. ¿Tendrán familia en Madrid? ¿Podrán ir al cine algún día juntos? ¿Irá alguien a recoger al colegio a sus hijos? ¿Cómo resuelven los dos meses y medio de vacaciones de verano? La respuesta pasa por el dinero.
En España cada vez nacen menos niños. Somos un país viejo en el que ni siquiera se garantiza la tasa de reposición. Tener hijos da pereza y es normal. Dan mucho trabajo, suponen un gran esfuerzo económico, personal y suelen venir acompañados de un sacrificio de las carreras profesionales de las mujeres –cada vez más, también de los hombres–. Normalmente quienes tienen hijos no lo hacen pensando en levantar la natalidad de su país. Lo hacen para satisfacer un deseo personal, por repetir un modelo y, en parte, por cierta ignorancia, o inocencia. Quiero decir que no hay épica en la decisión de ser padres, hay inconsciencia. Y es más fácil dejarse llevar por el lado inconsciente en un arrebato que si hay que empezar un proceso de inseminación artificial o de adopción. En eso, las mujeres heterosexuales con pareja llevamos ventaja sobre el resto. Pero no en mucho más. No es que no suponga un coste para nuestras carreras o que siempre hayamos alcanzado la estabilidad cuando decidimos tener hijos. A veces, es solo que nos dejamos llevar por un momento de pasión. También puede ser una decisión muy consciente y meditada y sopesada, claro. No debería haber nada heroico en el hecho de tener hijos. Y sin embargo, yo también miro con cierta admiración (a veces con envidia) a otros padres y madres: ¿cómo lo hacen?, me pregunto. ¿Tendrán familia en Madrid? ¿Podrán ir al cine algún día juntos? ¿Irá alguien a recoger al colegio a sus hijos? ¿Cómo resuelven los dos meses y medio de vacaciones de verano? La respuesta pasa por el dinero.
La cuestión de los hijos nos divide y cruza una frontera imaginaria pero infranqueable entre quienes tienen hijos y quienes no: es difícil que alguien sin hijos sepa todo el esfuerzo que cuestan, el agotamiento que producen (como si hubiéramos escalado el Everest sin piolet ni cuerda) y por qué, a pesar de todo, no nos arrepentimos. Por eso, a veces, se crea una especie de complicidad en los parques o a las salidas de los colegios: puede que no tengamos nada en común con otros padres, pero al menos comprenden nuestra situación. Dicen que la parte más dura son los primeros años.
Cuando nació mi primera hija mi editor me dijo que una vez que había niños, te pasabas la vida empujando el tiempo, impaciente por que fueran pasando fases: que salgan los dientes, que empiece a comer, que se vaya solo, quitar el pañal, el destete, que empiece el cole, etc. El tiempo se cuenta de manera diferente cuando hay hijos. Pero no siempre pasa más rápido. Al final de Better Things –una serie divertida, nada complaciente sobre una madre divorciada y con tres hijas–, una señora le hace a la protagonista el típico comentario sobre lo rápido que crecen los hijos y que todo dura un abrir y cerrar de ojos. La protagonista responde que no, no pasa rápido y además no se acaba nunca. Tener hijos es pasarte la vida esperando a que se duerman para intentar hacer algo y cuando por fin lo consigues, quedarte mirándolos como una idiota pensando en lo guapos que son.