Os saludamos con alegría
Berlanga hacía cine futurista. El comité de bienvenida en el puerto de Valencia a esos pobres desgraciados, en el que no habría desentonado una paella para 600, asemejaba un Mr. Marshall coloreado, remasterizado y, ay, pixelado, un remedo levantino de Villar del Río donde el decreto de algarabía tendiera a confundir a redentores y redimidos en una misma e improbable falla estival.
Berlanga hacía cine futurista. El comité de bienvenida en el puerto de Valencia a esos pobres desgraciados, en el que no habría desentonado una paella para 600, asemejaba un Mr. Marshall coloreado, remasterizado y, ay, pixelado, un remedo levantino de Villar del Río donde el decreto de algarabía tendiera a confundir a redentores y redimidos en una misma e improbable falla estival.
En ese domund de la posverdad se apretujaron arribistas del último día, profesionales de la solidaridad y clickbaiters de primera hora; a todos les unía el afán de mimetizarse con los pasajeros del Aquarius, al punto que hay imágenes donde, insisto, se hace difícil distinguir al negrito del americano. Nunca sabremos, por cierto, quién estaba más de paso.
Precursor de precursores, Berlanga también incrustó el spoiler de nuestro tiempo en Todos a la cárcel. Recordemos, si no, el argumento del film: con el pretexto de conmemorar el Día Internacional del Preso de Conciencia, una corte de políticos, empresarios e intelectuales que habían conocido la cárcel durante el franquismo, acude a pasar el día a la prisión Modelo de Valencia. El objetivo confeso es ponerse en la piel de los internos para reivindicar la memoria del antifranquismo (un autohomenaje) y ponderar, por comparación, las excelentes condiciones de las instituciones penitenciarias de la España democrática; el inconfesable, rematar los flecos de alguna que otra corruptela y, a despecho de cualquier vestigio de moralidad, seguir pretendiéndose víctimas aunque ya lo sean sólo de sí mismos.