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Y bailaré sobre tu tumba

Continúa el postureo del nuevo gobierno. Parece ser que entre sus medidas más urgentes y necesarias, aquellas que no pueden esperar por el bien común y el progreso de la ciudadanía, se encuentra la exhumación de los restos putrefactos del dictador Francisco Franco de la basílica de Cuelgamuros, en el hórrido Valle de los Caídos. Sólo he estado una vez en la inmensa explanada delante de la basílica. Llegaba yo por el Escorial de ingenuo y templado mediterráneo con mi abrigo de paño existencialista, y recuerdo las puñaladas de un frío cortante que aseguraron días de amigdalitis febril.

Opinión
  • Badalona, 1976. Licenciado en Periodismo y Filología Hispánica. Ha trabajado en radio, medios escritos y agencias de comunicación. Ejerció la crítica cinematográfica en la revista especializada Dirigido Por durante más de una década y ha participado en varios volúmenes colectivos sobre cine. Ha publicado en El Mundo, La Vanguardia, Letras Libres, Revista de Libros, Factual, entre otros medios. Es autor de los libros Amores cinéfagos (Jot Down Books, 2023) y Viajando con ciutadans (Editorial Tentadero 2007/Editorial Triacastela 2015).

Continúa el postureo del nuevo gobierno. Parece ser que entre sus medidas más urgentes y necesarias, aquellas que no pueden esperar por el bien común y el progreso de la ciudadanía, se encuentra la exhumación de los restos putrefactos del dictador Francisco Franco de la basílica de Cuelgamuros, en el hórrido Valle de los Caídos. Sólo he estado una vez en la inmensa explanada delante de la basílica. Llegaba yo por el Escorial de ingenuo y templado mediterráneo con mi abrigo de paño existencialista, y recuerdo las puñaladas de un frío cortante que aseguraron días de amigdalitis febril.

Estaba aquella cruz erecta de 150 metros de altura cuya sola presencia en medio del recién barrido y pictórico cielo mesetario ya lo decía todo. Aquellas piedras son un despropósito inmenso, una prueba monumental, gráfica y precisa de lo que significó la dictadura franquista. Sepultados están los cuerpos de casi 34.000 españoles -33.847, según datos oficiales-, muchos de ellos condenados a construir en régimen de esclavitud una aberración arquitectónica que no tenía otra finalidad que honrar la victoria de los desleales sublevados. Luego la cosa fue virando hacia la reconciliación y una memoria menos histórica que sentimental. Pero, en fin, tampoco podíamos pedirle peras al olmo.

Ahora toca el simbolismo lacrimógeno y futil para contentamiento de una izquierda que, a falta de proyecto propio, quiere convertir la historia en un arma de distracción masiva, o sea en perezosa propaganda. No deja de resultar curioso, en cualquier caso, que sean los supuestos laicos quienes quieran fuera del subsuelo de una basílica a un cruzado nacionalcatólico. Puestos a gesticular su indignación, en lugar de toquetear a los muertos fosilizados en su delirante covacha perpetua, bien pudieran organizar un botellón en el mausoleo pinchando a todo trapo aquel amenazante y festivo Rock’n’Roll de Siniestro Total: “Te degollaré con un disco afilado/de los Rolling Stones o de los Shadows./ Te tragarás la colección de cassettes/ de las Shan-Gri-Las o de las Ronettes./ Y bailaré sobre tu tumba,/ y bailaré sobre tu tumba…”.