El PP se reconoce
El PP, en fin, de momento se reconoce. Ahora falta que lo reconozcan los ciudadanos, a los que Casado no podrá dirigirse con los mismos trucos sentimentales, guerreros, privados, del otro día. Pero todo a su tiempo. El pequeño y joven Casado acaba de terminar con algo que parecía eterno: el marianismo, que era como el culto druida a un árbol con cara de viejo.
Pablo Casado, o alguien como Pablo Casado, tenía que llegar seguramente al PP, a despertar al PP. El PP estaba dormido por el marianismo – arriolismo, reducido como a la mecanografía y a la tranquila afición de coleccionar pipas y monedas de los mundiales. Lo que ha ocurrido es que ha llegado un chico joven, con la cafeína de la juventud, con un discurso enérgico, sin retruécanos, sin crecepelo, sin ambigüedades ni retrancas percebeiras, y sin nada en los bolsillos, frente a los que estaban ahogados, como un lord, por sus herencias, sus pasillos, sus fantasmas y sus grandes relojes de barco naufragado de la casa. Ha llegado, además, a un partido desmoralizado, en decadencia, desplazado, acosado por el empuje de Ciudadanos, y que se veía retratado más como aparcacoches de la Gürtel y limpiabotas de Bárcenas que en el orgullo de haber sacado a España de la crisis del siglo. Además, Inés Arrimadas, una Atenea con rayos en las manos, casi les había expulsado de Cataluña, donde Soraya había hecho una gestión torpe y de vecina de perfil. Allí les han quitado hasta sus banderas rojigualdas, que ya no son de estafeta ni de festival taurino, sino merchandising cívico.
Hemos visto que los militantes del PP necesitaban ese calambrazo que ha llegado casi por casualidad, entre las dos Damas de Elche del partido, donde había precisamente hueco para lo nuevo y para lo osado. Necesitaban eso, un poco de músculo y de ardor adolescente, “ilusión” como dijo Casado. Lo necesitaban más que a Soraya, a su presencia de gobernanta con mil llaves y a su gran inteligencia de escribana de faraón, fría en las salas de la muerte del enemigo y fría también en la política. Hasta aquel abanico de su performance parecía abierto con instrucciones para montar una mampara de ducha.
Pablo Casado ha vuelto a la ideología, o al menos a sus estribillos. No todo podía ser la economía y el sentido común del Rajoy tendero, ni el wu wei de Arriola, esa no acción taoísta con cierto forro de eskay. Si es o no un discípulo o un tentáculo de Aznar, como una raíz de cebolla que quedó ahí de su bigote, es lo de menos. Como si se le quiere comparar con Suárez. Esos paralelismos entre personajes ya de otra política o de otro universo sirven para poco. Lo que hizo Casado fue hablar para que el PP se reconociera, y el PP se reconoce en cuatro villancicos que Casado supo cantar. O sea, esencias, esa trampa platónica, pero que activa los mecanismos de identidad, de grupo, de implicación y de motivación.
Algunos de esos estribillos es imposible que no suenen a pellizco de monja, como la “vida” y la “familia”. Porque está claro que los que no son del PP no son partidarios de la muerte ni de vivir en colmenas. Es una contraseña que funciona en ese espectro del PP que Casado quería tocar, el que no tocó Rajoy, que se limitaba a señalar sus cuentas con su varita de fraile barométrico. Cubrir todo a la derecha del PSOE es mucho espacio, pero de momento les vale con la perspectiva, con la mirada. En aquel plenario, los compromisarios se volvían a sentir anchos, como saliendo del armario de paraguas en que había convertido Rajoy al PP.
Son estas contraseñas las que ilusionan al PP, las que hicieron ganar a Casado por encima de consideraciones más prácticas como la experiencia o la potencia de fuego que tendría Soraya contra Pedro Sánchez. El dilema es que esas contraseñas que inflaman y esperanzan al PP histórico, desmoralizado, como en su éxodo, pueden hacer huir al asustadizo votante de centro, siempre temeroso de que le coloquen en la derecha, al lado de los curas castrenses y los africanistas de picadura. Y sin el centro, el PP nunca ganaría. Ése es el equilibrio que Casado deberá buscar. Y para eso tendrá que integrar a Soraya, al oligomarianismo que pueda quedar ahí como la ceniza del ceniciento Rajoy. O asumir que, si gobiernan, será ya con Rivera en el sidecar. Tampoco podrá fallar en la regeneración ni en la lucha contra la corrupción. Gürtel les ha dejado como esa huella negra de zapato de los tebeos en la cara.
En el PSOE, mientras, andan tranquilos o contentos con Casado, al que ven limítrofe con la derecha de C’s, o sea sin hacerles competencia. En cualquier caso, con él no tendrían más que usar el libro de primero de Alfonso Guerra. Los que deben estar preocupados, me dicen, son los de Cs, “absolutamente desdibujados”. Lo de Casado y Rivera será como la pelea a lirazo limpio entre dos querubines de retablo.
El PP, en fin, de momento se reconoce. Ahora falta que lo reconozcan los ciudadanos, a los que Casado no podrá dirigirse con los mismos trucos sentimentales, guerreros, privados, del otro día. Pero todo a su tiempo. El pequeño y joven Casado acaba de terminar con algo que parecía eterno: el marianismo, que era como el culto druida a un árbol con cara de viejo.