Nuevo curso: la guerra, la resistencia y la agonía
Casi a la vez que Pedro Sánchez llegaba en helicóptero a la finca toledana de Quintos de Mora, como para un safari de queseros con sus ministros, Quim Torra se reunía con Puigdemont en Bélgica, tras su Línea Maginot.
Casi a la vez que Pedro Sánchez llegaba en helicóptero a la finca toledana de Quintos de Mora, como para un safari de queseros con sus ministros, Quim Torra se reunía con Puigdemont en Bélgica, tras su Línea Maginot. Eso ya es como comenzar el curso político desde dos portaviones, aunque el de Sánchez sea más un velero impulsado por el viento en su camisa, a lo José Luis Perales. Con Sánchez, que quiso ser presidente aun cojo, aun entrampado, aun débil, la política no puede ser otra cosa que agónica. Lo que ocurre en este nuevo curso es que, además, el calendario le ha preparado todas las tormentas que cabían. Lo primero será lo de Cataluña, por supuesto, que se acerca como una flota japonesa. Luego, las momias, los presupuestos, los adversarios, las elecciones, se le irán apareciendo en oleadas. Y Sánchez sólo parece tener, para enfrentarse a todo eso, esa camisa suya como un foque balón que le abulta el pecho, esa cosa de palomo marinero que tiene él como única virtud.
Puigdemont no tiene ya otra estrategia que la confrontación. Al principio creímos que los moderados, los herederos del seny y la vieja y sabia roña de la pela, terminarían reconduciendo la situación hacia la moderación. Pero los ciudadanos más fervorosos, y los mismos líderes con relleno de pluma que había preparado Mas para su farol al Estado (el primero de esos hombres de paja o estopilla es el mismo Puigdemont), han terminado creyéndose que el espantajo de su República era real. En el PDeCAT ya sólo son coleccionistas de estampitas de Puigdemont, y la Crida pretende incluso acabar con Esquerra amazacotando todo el independentismo en un culto hippie al líder y a sus mártires como ruiseñores encarcelados.
Puigdemont no va a aflojar. Torra empezará el día 4 de septiembre con uno de esos discursos que doblan el micrófono para atrás, como en El gran dictador. Luego, los aniversarios de las leyes de desconexión y de referéndum, la Diada, el mismo aniversario del 1-O, de la aplicación del 155… Y los juicios, por supuesto, esos juicios como de Barrabás que llegarán en otoño. Es decir, movilización constante, conflicto constante, tensión constante, con los lacitos amarillos como una invasión de ortigas, la pelea de narices rotas contra otras narices rotas, y las instituciones como campanarios (ya han visto lo de Vic, el ayuntamiento soltando por megafonía credos que parecían sacados de El cuento de la criada).
Sánchez ya ha mencionado el 155, sí, pero aunque parezca un versículo del Apocalipsis, con Rajoy tampoco arregló mucho. Menos, cree uno, con Sánchez, que es todo zen excepto a la hora de encargar langostinos (entonces parece un demonio de Tasmania). Sólo nos queda la acción de la justicia, que por ello es objetivo prioritario de la secta de rulot de Puigdemont, ya sea con su golpe bajo contra Llarena o con la insistencia en que la Fiscalía intervenga para desinflar las acusaciones. Pero el objetivo final es forzar a Sánchez a aceptar un referéndum pactado que, aunque no pueda derogar la Constitución, sí haga menos descabellado un reconocimiento internacional de otra declaración de independencia. Sánchez, tragando viento en la proa de sí mismo, ya veremos qué hace. Quizá baste dejar trabajar a la justicia, aunque es difícil que su ego pasivo agresivo consienta no ser un actor en la solución o en el desastre.
Pero no es todo Cataluña, aunque ahora parezca que nos rodean como los vikingos en París. Sánchez intentará armar unos presupuestos, siquiera de nombre o aspecto. Para ello necesitaría de nuevo el apoyo de todo el monstruo de Frankenstein encolado. Conseguirlo a la vez que se le para los pies a Puigdemont es imposible, pero Sánchez no quiere tanto un presupuesto sino ese tiempo que le dé buscarlo, pelearlo, invocarlo o retrasarlo (como con esa iniciativa para eliminar el veto del Senado).
El tiempo es la clave de este nuevo curso: ganar tiempo. Sánchez aún cree que cuanto más tiempo esté en Moncloa, paseando al perro o haciendo abdominales o volando con la señora que no sé si prefiere ser llamada Gómez, Sánchez o Underwood; cuanto más tiempo tenga para publicitarse, mejor para él. Uno cree que se equivoca, porque entre ridículos dignos de las Kardashian, la rectificación como única acción de gobierno, y su debilidad cada vez más perfilada ya hace bastante que el ‘efecto Sánchez’ inició la cuesta abajo.
Esto nos lleva a su siguiente reto: elecciones municipales y autonómicas, con las que Sánchez pretende reafirmarse como líder de esa “nueva era” política que él proclamó tocado por laureles y acariciado por pífanos. Sin apenas nada hecho, confía en que sus poses simbólicas y sus zafarranchos ideológicos bastarán. Sin ir más lejos, esa larga y complicada mudanza como egipcia de Franco, con pirámides y maldiciones incluidas. Ya veremos qué ocurre, aunque, de momento, según la familia, los restos podrían acabar en la catedral de la Almudena, mirando como un alabardero al Palacio Real. Si fuera así, a Sánchez le habría faltado poco para terminar llevando a Franco a la Puerta del Sol, apoteósica manera de finiquitar el fascismo en España.
Frente a Sánchez y su política de resistencia a base de dentadura, estará el nuevo PP de Casado. A Casado le acosa el asunto de su máster de la señorita Pepis, que parece que podría quedarse en nada, o, quién sabe, hacerle durar menos que Hernández Mancha, como se ha comentado por ahí citando a históricos peperos caídos en el combate entre el sorayismo y el cospedalismo. Casado deberá convencer a su parroquia de que vuelve a ser la derecha o el centro-derecha de gran abanico, abanico rojigualda o ya negro por ese extremo en el que ya empieza a quemarse con las velas. A la vez, si quiere ganar las elecciones, tendrá que convencer a los españoles de que no es un rancio con tipito de cura y relicario de novillero.
Al lado de Casado, y un poco de perfil, como el otro del Dúo Dinámico, está Albert Rivera, huraño por no ser ya el guapo de España ni su esperanza. Rivera debe distinguirse del PP poniendo el acento en el reformismo y la moderación ideológica, o sea huir de estéticas de monaguillo, y en una defensa de España que no sea folclórica, sino ciudadana, republicana en el sentido de “cosa pública”. Y hacer dar un paso adelante a Inés Arrimadas. En la otra orilla, Podemos parece ahora huido, descabezado. Están como sin su Luke Skywalker. No sólo problemas personales, sino golpes tremendos en esa ideología que era realmente un esteticismo (lo de su casoplón casi californiano, como un cardado de Morgan Fairchild) tienen a Pablo Iglesias desvaído y borroso de futuro.
El nuevo curso será, pues, de guerra catalana, resistencia sanchista, contrarreforma del PP e intento de rearme de C’s y Podemos. Mucha ventisca le viene a Sánchez. Uno sigue creyendo que, cuanto más tarde en convocar elecciones, más se le deshinchará el bíceps de disfraz de sumo y más grande será la mella en su sonrisa de guapo encoloniado de socialismo. Pero en su agonía, como en la nuestra, se define este curso.