Cómo lograr que triunfe la ultraderecha
Que lo que llamamos ultraderecha obtenga un apoyo relevante, mayoritario incluso, es muy complicado. El final de la II Guerra Mundial introdujo un nuevo catálogo de tabúes, entre los cuales se incluyen sus temas favoritos, como la raza, o el interés nacional por encima de todo.
Que lo que llamamos ultraderecha obtenga un apoyo relevante, mayoritario incluso, es muy complicado. El final de la II Guerra Mundial introdujo un nuevo catálogo de tabúes, entre los cuales se incluyen sus temas favoritos, como la raza, o el interés nacional por encima de todo. Son duros de roer y vuelven; la raza gracias a la izquierda y el nacionalismo gracias a la derecha, pero siguen estando proscritos. El liberalismo ha recuperado parte del terreno perdido, y una gran parte de nuestras sociedades entiende que debe haber pocas barreras, o ninguna, al movimiento de las personas. Pero que sea complicado no quiere decir que el éxito de la ultraderecha sea un objetivo imposible.
En Francia han hecho todo lo necesario. No es que Marine Le Pen no haya modernizado su mensaje. Ha anclado la vieja desconfianza hacia el extranjero a la defensa del Estado del Bienestar, con el argumento de que no hay para todos, y “los nuestros” no tienen por qué ser los últimos. Pero la clave no es esa, sino cómo el sistema político francés ha alentado, durante décadas, su posición actual. Es fácil.
Consiste en decir que nada de lo que diga el Frente Nacional es cierto. Y mucho de lo que dice (“nos quitan el trabajo”, por ejemplo), es abrumadoramente falso. Pero cuando se crean guetos de sociedades foráneas, con formas de entender la convivencia extrañas a los valores republicanos, cuando se mira a otro lado con el menudeo del crimen y con los atentados terroristas al por mayor, cuando se prohíbe señalar lo que los ciudadanos ven en la calle porque “favorece la ultraderecha”, cuando a ella se le otorga el privilegio de tener el monopolio de referirse a lo que acaece, ya sólo cabe esperar a que el calor de las calles haga que el Frente Nacional suba como un suflé. En Suecia también están siguiendo esta fórmula de éxito. Está prohibido referirse a la procedencia de quienes cometen los crímenes. El resultado es que la gente sabe ya quién miente y quién no. Y no habremos de extrañarnos si los Demócratas Suecos ganan las elecciones este domingo.
Si tememos que la referencia a la realidad favorezca a los partidos xenófobos, acabaremos arruinando el prestigio de la clase política y de los medios de comunicación, y con ellos el de los principios liberales, que nos aconsejan abrir nuestras fronteras a quien venga de fuera. Pero son pocos los que creen que la realidad no desautoriza la libertad.