Las moscas no cazan águilas
El historiador Yuval Harari pretende reducir el hombre a un algoritmo, en un remedo del viejo debate sobre el libre albedrío. La estética abigarrada de los números –neutros, precisos, indiscutibles– goza del raro privilegio de la verdad entre los científicos sociales.
El historiador Yuval Harari pretende reducir el hombre a un algoritmo, en un remedo del viejo debate sobre el libre albedrío. La estética abigarrada de los números –neutros, precisos, indiscutibles– goza del raro privilegio de la verdad entre los científicos sociales. Un programa informático dicta lo que constituye plagio, ya sea en una tesis doctoral o en las páginas de un ensayo. “Aquila non capit muscas”, reza un conocido proverbio latino; aunque aquí se podría utilizar la fórmula contraria: “Las moscas no cazan águilas”. Los algoritmos del big data, que rastrean los pliegues del alma y de la libertad humana, representan el nuevo credo a interpretar, como una forma de adoración que impone silencio a los no iniciados. Eso y el hipermoralismo, claro está. Se diría que el siglo XXI se resume, por un lado, en la dictadura demoscópica y, por otro, en la retórica puritana, que actúa como palanca del malestar: dos variantes de una misma rigidez.
La consecuencia principal es el vuelo bajo y rasante que domina la política hasta acabar emponzoñando la vida pública. El recuento semanal de las expectativas electorales convierte las legislaturas en una sucesión de ininterrumpidas campañas electorales que buscan saciar los apetitos de la sociedad. Los recurrentes aspavientos puritanos conducen al fuego artillero de una moralidad tan cínica como, en el fondo, irresponsable. Sencillamente, la histeria apolilla las virtudes públicas y el sentimentalismo excesivo imposibilita la necesaria moderación que requiere la democracia. Si los modernos hablan de shitstorms, hay que recordar que según Aristófanes “el culo derrota la limpieza”. Y no debemos olvidar que a los excrementos y a la miel acuden, ansiosas, las moscas. Ni los algoritmos por sí solos ni el hipermoralismo fatuo construyen la democracia.