En busca de la posmentira
De Adolf Hitler a Recep Tayyip Erdogan, pasando por Hugo Chávez y tantos otros que acabaron como acabaron (o que van camino de acabar, claro), toda una serie de políticos antidemocráticos llegaron muy democráticamente al poder a través de las urnas y luego mostraron su verdadera cara.
De Adolf Hitler a Recep Tayyip Erdogan, pasando por Hugo Chávez y tantos otros que acabaron como acabaron (o que van camino de acabar, claro), toda una serie de políticos antidemocráticos llegaron muy democráticamente al poder a través de las urnas y luego mostraron su verdadera cara. Las recetas nacionalistas y populistas que los propulsaron –ya saben: la culpa es de los demás, nos persiguen, somos una raza superior, vamos a devolverle al pueblo lo que le han robado…– funcionaron y funcionan a base de mentiras. Y para convencer de ello a las sociedades que los encumbraron suele ser necesaria la catástrofe final en la que todo ello desemboca siempre.
Nada nuevo en todo lo anterior, que resume buena parte de la historia contemporánea. Lo nuevo está en la capacidad aterradora de hacer llegar la mentira a más ciudadanos que nunca, y de manera más convincente, gracias al lado oscuro de la revolución virtual de internet. Se habla de «posverdad» o de fake news, pero es la vieja mentira engordada a golpe de anabolizantes cibernéticos. Los agregadores y las redes sociales han postergado a los medios informativos hasta tal punto que su manipulación desde la vieja Rusia quizá fue la que decidió las elecciones de 2016 en Estados Unidos.
De este estado de shock en el que hoy vivimos solamente saldrán las democracias recuperando sus funciones y desterrando hasta lo máximo posible esos virus malignos. O eso, o las salidas traumáticas –guerras, hambrunas, opresión…– en las que acabaron otros estallidos de mentira. Es demasiado lo que está en juego. Hay que enderezar el rumbo.
Dentro de ese maremágnum virtual, los medios informativos anteriores a internet sufren de la pérdida de audiencia causada por la nueva competencia, de la pérdida de sus fuentes clásicas de financiación, y de la pérdida de credibilidad nacida precisamente de los ataques desde los focos de desinformación y desprestigio en que se han convertido esos agregadores y esas redes sociales. Y para lo de enderezar el rumbo es imprescindible que los medios profesionales vayan recuperando su lugar en el proceso democrático.
En esas estábamos cuando se anuncia una iniciativa, desde la Universidad de Santa Clara y su Markkula Center for Applied Ethics, en el corazón de Silicon Valley, que bajo el título de The Trust Project pretende eso: recuperar la confianza en el periodismo. Desde hace meses han empezado a trabajar en ese proyecto medios como The Washington Post, The Economist y la BBC. De España han entrado en él los dos principales periódicos, El País y El Mundo.
No todos los periodistas de esos medios están entusiasmados con la idea. Ven con suspicacia que esos medios alternativos como Google, Facebook o Twitter –»los ogros», decía uno de esos periodistas– forman parte del proyecto. Es una suspicacia cargada de razones, claro. Pero el riesgo merece la pena si se alcanza un objetivo como es el de ir erradicando lo fake de esos medios, sin entrar en las ideas de censura pura y dura que algunos –más antidemócratas, que los hay por doquier– van propugnando.
En su presentación del proyecto, El Mundo decía: «Este método pone en valor la veracidad de una prensa libre y resultará fundamental para las búsquedas a través de internet, vía habitual para informarse en el siglo XXI. The Trust Project avisa a plataformas como Google, Bing, Twitter y Facebook de que una noticia es de confianza. Es decir, el indicador se da a conocer tanto a los lectores como a las diferentes tecnologías asociadas, que distinguen el sello por estar integrado en los artículos».
La gran oportunidad viene dada por la presión creciente, presión que se traduce en millones de euros, sobre ‘ogros’ como Facebook, quizá la mayor cadena de la mentira ciberespacial hoy, que se encuentra en la mirilla de los reguladores de Europa y América. Twitter va detrás. Posiblemente no es por altruismo y espíritu democrático sino por preservar su negocio, pero Mark Zuckerberg y compañía están hoy ansiosos por conseguir salir de su fosa séptica, sin saber muy bien cómo hacerlo por sí solos: sus sistemas de autocontrol funcionan por ahora mediocremente. Y si este proyecto universitario, sin ataduras políticas, logra que lo vayan haciendo y que sea por la vigilancia y la guía de los medios informativos profesionales, podría venirles bien a las dos partes.
Frenar por fin la mentira en las redes sociales sería uno de los ingredientes sobre los que reconstruir la audiencia y la credibilidad de los medios informativos. Y de ayudar a la recuperación de un sistema democrático hoy tan tambaleante. Nadie lo garantiza, claro. Pero no vendría mal intentarlo.