El eterno retorno del viejo antisemitismo
Porque así funciona el periodismo, y porque así funcionamos nosotros, noticias como la del atentado contra la sinagoga de Pittsburgh podrían hacernos creer que el antisemitismo es algo extraordinario, excepcional, rémora de un pasado que se niega a morir. Han tenido que venir los de siempre a protestar como Torrente porque han tirado a unas judías a nuestras piscinas municipales para sacarnos de nuestro error y recordarnos que el terrorismo y los asesinatos serán carne de titular pero el antisemitismo es en realidad el pan nuestro de cada día.
Porque así funciona el periodismo, y porque así funcionamos nosotros, noticias como la del atentado contra la sinagoga de Pittsburgh podrían hacernos creer que el antisemitismo es algo extraordinario, excepcional, rémora de un pasado que se niega a morir. Han tenido que venir los de siempre a protestar como Torrente porque han tirado a unas judías a nuestras piscinas municipales para sacarnos de nuestro error y recordarnos que el terrorismo y los asesinatos serán carne de titular pero el antisemitismo es en realidad el pan nuestro de cada día.
Como cada vez que encuentran excusa nos preguntamos por qué serán nuestra izquierdas tan antisemitas y por qué serán más antisemitas cuanto más de izquierdas se pretenden. Para recordarnos la perversa relación entre antisemitismo moderno y economía moderna, donde cuando el control de la economía se despersonaliza, cuanto más la gobierna la mano invisible de la oferta y la demanda, más se busca y se denuncia al hombre invisible que la maneja desde las sombras. Y el hombre invisible que vive en las sombras es el judío.
Es la perversa lógica por la que primero encerramos a los judíos en oscuros guetos y después los denunciamos por tramar en las sombras. La misma lógica nazi que los obligaba a esconderse como ratas para demostrar que, efectivamente, se comportaban como ratas.
No es sólo cosa de izquierdas, claro. También la derecha es más antisemita cuanto más proteccionista y dirigista de la economía se vuelve. Lo vemos por ahí y lo veremos quizás por aquí a medida que vayan creciendo nuestras derechas más auténticas.
Cualquiera podría pensar que el nacimiento de Israel, dando al judío luz y tierra, acabaría con esta lógica perversa y oscurantista. Pero es su logro como democracia y nuestro logro, pequeño, precario, provisional, como sociedades libres y plurales el que no sea así. El precio a pagar por la supervivencia del Estado de Israel y de los judíos de occidente es que el uno sirva de excusa para discriminar a los otros. Porque no es que se boicotee a los judíos para castigar a Israel. Es que se boicotea a Israel para castigar a los judíos.
Es por eso que ante cada nueva muestra de antisemitismo no podemos más que denunciar a los racistas y agradecer a Israel su persistente aunque involuntario papel de faro de occidente; porque ilumina nuestras miserias para recordarnos hasta qué punto el dirigismo económico, el totalitarismo político y el antisemitismo van de la mano y son siempre anuncio y antesala el uno del otro.