MyTO

El hombre honesto

Curioso que siendo un melómano clásico que sentía una completa indiferencia por la música moderna, Richard Nixon tuviera el privilegio de rozarse con dos gigantes del Rock’n’Roll. Nada más ni nada menos que con Elvis Presley y Johnny Cash. Ambos encuentros se caracterizaron por su punto estrafalario y disonante, como no podía ser de otra manera tratándose de Tricky (el trilero) Dick.

Opinión
  • Badalona, 1976. Licenciado en Periodismo y Filología Hispánica. Ha trabajado en radio, medios escritos y agencias de comunicación. Ejerció la crítica cinematográfica en la revista especializada Dirigido Por durante más de una década y ha participado en varios volúmenes colectivos sobre cine. Ha publicado en El Mundo, La Vanguardia, Letras Libres, Revista de Libros, Factual, entre otros medios. Es autor de los libros Amores cinéfagos (Jot Down Books, 2023) y Viajando con ciutadans (Editorial Tentadero 2007/Editorial Triacastela 2015).

Curioso que siendo un melómano clásico que sentía una completa indiferencia por la música moderna, Richard Nixon tuviera el privilegio de rozarse con dos gigantes del Rock’n’Roll. Nada más ni nada menos que con Elvis Presley y Johnny Cash. Ambos encuentros se caracterizaron por su punto estrafalario y disonante, como no podía ser de otra manera tratándose de Tricky (el trilero) Dick. En el caso de Elvis, el disparate lisérgico se llevó al cine con el explícito título de Elvis & Nixon. El Rey del Rock se presentó en la Casa Blanca para advertir al presidente de los males que asolaban a la nación. O sea los Beatles, el rojerío pacifista, los panteras negras y demás ralea antipatriótica. Se hizo la foto, recibió un par de palmaditas en la espalda con mucho diente y se fue con una placa de juguete de agente del FBI.

Muy distinto fue el encuentro de Cash con el trilero. A finales de los sesenta, Cash era una figura respetada en los ambientes más conservadores del polvoriento Country. Un patriota sin mácula que encandilaba por su autenticidad incólume a la clase media norteamericana. Atrás había dejado la politoxicomanía y las orgías de motel. Enhebró una biografía cuya narración cuadraba bien con el esquema de redención tras el éxito prematuro y la caída abisal. Así el guión del biopic Walk The Line, en el que June Carter, el amor de su vida, y el deslumbrante reencuentro con el cristianismo le indicaron el camino correcto. No hace falta decir que la vida pocas veces respeta los coherentes moldes narrativos de la ficción, y Cash nunca consiguió deshacerse del todo de las viejas adicciones y de los clandestinos pecados de motel.

En cualquier caso, ahí estaba aquel hombre alto y sombrío que cantaba desde la ultratumba a los desheredados de la tierra. Antes del punk, Cash ya tocaba en cárceles y hacía peinetas al respetable. Así que llegó a la Casa Blanca incitado por aquellos que querían a un domesticado paleto que atrajera voto formal. Pero se encontraron con un torracollons que, ante la disyuntiva de las palomas antibelicistas y los aguerridos halcones, se presentó como ‘una paloma con garras’. A partir de ahí, el sudor frío y las incomodidades de Nixon, que no paró quieto en su silla mientras Cash desgranaba cavernoso la aguijoneadora ‘What is True’.

Del célebre encuentro da testimonio el documental Tricky Dick and the Man in Black, que se puede ver en Netflix. No se lo pierda quien tenga interés por un artista que, con todas sus contradicciones y defectos de fábrica a cuestas, demostró su honestidad y valentía en los momentos en los que sólo los jetas esconden la cara. Habitó la cuerda floja y los márgenes difusos. Supo esquivar las trampas políticas y nunca se dejó encasillar por republicanos ni demócratas. Al fin y al cabo, los vencidos de sus canciones no votaban.