El populismo, aunque político, ignora la política
Aunque lo lleve en la raíz de la palabra, para el populismo ese pueblo es tan sólo un medio. Nunca un fin. Similar al déspota dieciochesco, el populista coetáneo toma el concepto de pueblo como un medio para otros fines: la atención mediática, la acumulación de poder, el escaño en la institución pública, el chalet de Galapagar.
Aunque lo lleve en la raíz de la palabra, para el populismo ese pueblo es tan sólo un medio. Nunca un fin. Similar al déspota dieciochesco, el populista coetáneo toma el concepto de pueblo como un medio para otros fines: la atención mediática, la acumulación de poder, el escaño en la institución pública, el chalet de Galapagar. Lo que diferencia al político que presta servicio público del adanista que predica tierra prometida es que para el primero la sociedad siempre será un problema que necesita de soluciones mientras que para el segundo la solución es tan sólo señalar el problema. Incluso cuando estos no presentan síntomas de gravedad, para así favorecer la propia carrera política; es decir, el bienestar personal, profesional, económico. Lo vimos hace unos años en Podemos, cuando denunciaban las privatizaciones –el deterioro- de la sanidad pública en Madrid. O ahora en Santiago Abascal y sus medidas contra la inmigración ilegal. Unos fueron atendidos por esos hospitales públicos y todo fue gratitud y elogios; el otro, cuando le preguntaron en una entrevista en El Mundo, no supo qué cifra dar respecto de esa entrada masiva de inmigrantes en España. La credibilidad, pues ahí.
El populismo diagnostica el problema – y de manera superficial-, pero rara vez ofrece solución. Y si la ofrece, siempre será compendio de frivolidades, sentimentalismos, simplicidad. Frivolidades, sentimentalismo y simplicidad que atraen la firma del analista inteligente y del periodista agudo, y así llega a una sociedad cuya conversación no sale de esos límites: ahora Vox en el parlamento de Andalucía como ya fue Podemos en aquellos años de 2015 y 2016. La primera consecuencia de esta constante atención –noticias, debates, charlas distendidas- a partidos que tan sólo promueven ideas que o bien erosionan la convivencia o bien son utopías sin demasiada concreción en su desarrollo es que ignoramos propuestas interesantes y que nos afectan directamente. Propuestas que sí condicionan nuestra vida o nuestras instituciones, que hacen política. Ejemplos: el reparto de vocales del Consejo General del Poder Judicial o una revisión de la cuota para autónomos según el nivel de ingresos.
De tanto hablar y cuestionar programas políticos irrealizables o de contenido ingenuo o descabellado –sospecho que las conocidas cien medidas de Vox se han leído más en los adversarios que en los votantes de ese partido-, olvidamos problemas que repercuten y que necesitan de propuestas políticas meditadas, adultas y solventes. De propuestas que fuesen capaces de contribuir al progreso de la sociedad, y que no se dedicaran a fomentar el conflicto a base de calculadas mentiras y de premeditados quejidos alarmistas. Con los que tan sólo se busca –se provoca- la adhesión del votante desencantado. Mediante esta fórmula fue como Podemos hizo la revolución: la suya propia. Por Vox, ya veremos.
Sí: el populismo ignora la política. Al menos la política posible y la política deseable: propositiva y no excluyente; con argumentos y no visceralidades; de análisis riguroso y no de prédicas interesadas. Nosotros, como sociedad, por inercia de ese alarmismo, llevados por la comprensible curiosidad hacia lo nuevo y promocionado aquí y allá, también ignoramos esa política que sí merece atención. La que nos resuelve el pan y la casa. La política que construye esa palabra con la que algunos hicieron el negocio de sus vidas: pueblo.