Tres delicias
Algo que ciertamente no se nombra con la palabra azar, sino con la palabra amistad, hizo que en el último tramo de mis lecturas de 2018 hubiese tres auténticas delicias. Tres libros elegantes, vitales y fecundos, con su puntito de melancolía, que es la señal de la alegría que va en la corriente del tiempo:
Algo que ciertamente no se nombra con la palabra azar, sino con la palabra amistad, hizo que en el último tramo de mis lecturas de 2018 hubiese tres auténticas delicias. Tres libros elegantes, vitales y fecundos, con su puntito de melancolía, que es la señal de la alegría que va en la corriente del tiempo: ‘Comimos y bebimos. Notas de cocina y vida’, de Ignacio Peyró; ‘Hoguera y abanico. Versiones de Bashō’, de Ernesto Hernández Busto; y ‘Otra modernidad. Estudios sobre la obra de Ramón Gaya’, de Miriam Moreno Aguirre (el primero editado por Libros del Asteroide y los otros dos por Pre-Textos).
‘Comimos y bebimos’ es ante todo ‘leímos’: un disfrute de prosa consagrada a hacer perdurables los placeres fugaces de la mesa, que buscan su modo de eternidad en la memoria y en la repetición (siempre variada). Ignacio Peyró habla de comida y de bebida, pero sobre todo de amistad, de amor, de literatura, de lugares de culto (restaurantes, bares, algún club inglés y hasta una gasolinera), de etapas de la vida asociadas a los sentidos; de un mundo que desaparece, pero también de las compensaciones del que surge. A cada paso de su prosa hay expresiones felices y toquecitos emotivos, de un sentimentalismo con humor. De los clientes masculinos del lujoso Wilton’s de Londres (“caro como casar a una hija”) dice que gustan de “puros de antes de Castro y muchachas de después de Gorbachov”, de cierto camembert que huele “como los pies de Dios”, que la paella “no debería funcionar, y sin embargo funciona”, que el del puro es “el placer pensativo”, o que un buen bar es aquel que nos ofrece “el alcohol y la penumbra”. Yo he tenido la suerte de disfrutar con Peyró y los otros amigos catacumbísticos de tres de los lugares de Madrid que cita –El Padre, Asturianos y Cuenllas– y fueron ocasiones memorables: como las que transmite este libro.
En ‘Hoguera y abanico’, Ernesto Hernández Busto no solo ofrece una abundante muestra de poemas del maestro del haiku Matsuo Bashō (en versiones que son también poemas en español), sino además un extenso prólogo con la biografía y la poética del autor japonés, que sirve como un tratado de poesía (y vida). Cada haiku va en español y en japonés, y con un comentario que constituye en sí mismo una lectura deliciosa. Para Bashō, “el secreto de la poesía radica en pisar la senda intermedia entre la realidad y la vacuidad del mundo”. Es indudable la relación de este poeta con el zen, pero la interpretación de Hernández Busto tiene la virtud de –sin negarlo– resaltar el empeño esencial de Bashō, que no es el religioso sino el poético: sus iluminaciones son las de la poesía. Esta, para Bashō, ha de ser inútil: “Mi arte es como hoguera en verano y abanico en invierno”. Así se mantendrá lejos “del ansia de poder, de la búsqueda de la fama y de las cosas que corrompen el alma”. Citaré solo un haiku, adecuado para estas fechas: “¡Ya es Año Nuevo! / Recuerdo solitarias / tardes de otoño”. En su comentario Hernández Busto habla del recogimiento del poeta en medio de la celebración, pero no para “enfrentar su soledad a la vanidad”, sino para “dar forma a un sentimiento ambivalente: esa porción de tristeza que es necesaria para que la vida cobre sentido”.
‘Otra modernidad’ es un extenso estudio, riguroso y apasionante, sobre la obra del pintor Ramón Gaya, con un cuadernillo final de casi sesenta ilustraciones que forma un museo portátil como el que Gaya se hizo en su exilio de México con reproducciones de cuadros que admiraba: aquí los que admiramos son sus propios cuadros. Miriam Moreno Aguirre repasa los hitos biográficos del artista, rastrea sus fuentes filosófico-estéticas (Krause, Juan Ramón Jiménez, Ortega y Gasset, Unamuno, Nietzsche, Bergson), recorre su obra pictórica y analiza su visión del arte (y, nuevamente, de la vida). Además de pintor, Gaya fue un escritor notable que, en libros como ‘El sentimiento de la pintura’, ‘Velázquez, pájaro solitario’, ‘Naturalidad del arte (y artificialidad de la crítica)’ o su ‘Diario de un pintor’, dejó sus ideas sobre la pintura, de una originalidad y una radicalidad que no tienen que ver con las pirotecnias vanguardistas, sino con esa “otra modernidad” del título; “una modernidad natural –escribe la autora– que no tiene rostro escandaloso, ni consta de aparato teórico”, porque, según Gaya, “viene a ser algo así como un tímido y atrevido ‘frescor’ que, de pronto, se aviene a ‘dar unos pasos’: nada más, eso es todo”. Para Gaya, la clave del arte no es hacer, sino ser. Distingue entre la obra de ‘creación’ y lo que él llama el “arte artístico”: el separado de la vida. Su denostación de este arte, y su dedicación al otro, lo asumió como un destino, sabiendo que con ello quedaba condenado a la falta de reconocimiento. Fue un nietzscheano verdadero, por intempestivo. De ahí la belleza de un libro como este, que contribuye a su restitución.