Sin complejos
El rabino Abraham Joshua Heschel –lo cuenta Christian Wiman– observó en una ocasión que la fe consiste básicamente en mantener la fidelidad hacia aquellos pocos momentos en que hemos tenido verdadera fe.
El rabino Abraham Joshua Heschel –lo cuenta Christian Wiman– observó en una ocasión que la fe consiste básicamente en mantener la fidelidad hacia aquellos pocos momentos en que hemos tenido verdadera fe. «Consiste –escribe el poeta norteamericano– en una disciplina tenue y tenaz de la memoria y la esperanza»; es decir, del recuerdo de lo bueno que hemos vivido –lo mejor de nosotros mismos– y con la confianza puesta en el sentido que nos proporciona esta verdad. Carentes de teología, la lectura secularizada hunde sus raíces en una vivencia similar. Sabemos que hay sociedades que funcionan mejor que otras y políticos más nobles que otros. Sabemos que no todos los principios que rigen nuestra cultura son igualmente válidos, sino que hay virtudes necesarias y virtudes prescindibles. Sabemos, en definitiva, que la experiencia de lo bueno nos mejora y que la convivencia diaria con lo sombrío nos empeora, aunque sea por mimetismo. Y eso hace que –para bien o para mal– la luz del pasado alumbre el camino del futuro.
La convención nacional del PP, este fin de semana, parece buscar esta senda oculta tras la fe en los orígenes, que –para la derecha democrática española– se sustancia en la refundación del partido de 1989 y las dos legislaturas de José María Aznar. Tres décadas más tarde, el nuevo Partido Popular de Pablo Casado reivindica ese hito en nombre de un futuro que también anhela la Moncloa, aunque sea con el hipotético respaldo de Cs y Vox. La pregunta inmediata, sin embargo, es por la consistencia de una tradición que se reclama “sin complejos”, pero que paradójicamente parece alentar el retorno a ciertas lecturas ideológicas de los 90, más que la puesta al día de la necesaria prudencia de la moderación. Se dirá que los tiempos han cambiado y que hoy se saluda ante todo la fuerza de la identidad, cuya raíz última es profundamente divisiva. No obstante, es en la actualización de un conservadurismo sensato que apele al realismo de la imperfección humana donde se encuentra la cura más eficaz: aquella que hace suya las palabras de Agustín de Hipona cuando explicaba que sólo a través de la amistad logramos comprender a los hombres.
Esa disciplina tenue y tenaz es la que debemos exigir a los partidos políticos en una época definida por la escalada continua hacia los extremos. Recuperar el valor constructivo del pasado ilumina un horizonte de esperanza. Y eso, que es válido para los populares, lo es también para los socialistas y para el proyecto europeo en su conjunto, asediado por las huestes del populismo y la demagogia. Le corresponde a Pablo Casado y a su equipo perseverar en lo bueno que hicieron sus antecesores, como le corresponde al PSOE no renunciar a la tradición socialdemócrata y liberal que hizo posible la primera modernización democrática de España. Caer en la tentación contraria puede ofrecer réditos a corto plazo, pero no pavimenta un suelo firme para la ciudadanía. Mirar al pasado sirve para inspirar un futuro mejor si se aprende de la experiencia y se toman las decisiones adecuadas. Una gran responsabilidad de la cual nadie que participe en la vida pública puede escapar.