THE OBJECTIVE
Aloma Rodríguez

Los malos en la tele

Una de las grandes preguntas a las que se enfrenta el periodismo en la era de la posverdad es qué hacer con los malos: al informar sobre ellos se corre el riesgo de hacerles de altavoz. Por otro lado, interesan. El periodismo se hace la pregunta y trata de dar una respuesta a la vez que sucede y se enfrenta a eso (las reflexiones en torno a cómo tratar a los malos en los medios han ocupado casi lo mismo que los ejemplos mismos). Para un observador atento, el espectáculo es fascinante.

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Los malos en la tele

Una de las grandes preguntas a las que se enfrenta el periodismo en la era de la posverdad es qué hacer con los malos: al informar sobre ellos se corre el riesgo de hacerles de altavoz. Por otro lado, interesan. El periodismo se hace la pregunta y trata de dar una respuesta a la vez que sucede y se enfrenta a eso (las reflexiones en torno a cómo tratar a los malos en los medios han ocupado casi lo mismo que los ejemplos mismos). Para un observador atento, el espectáculo es fascinante. Desde un punto de vista profesional, el atractivo de entrevistar a alguien como Steve Bannon es innegable, como bien sabe David Remnick, director del New Yorker, aunque le retirara la invitación para entrevistarlo públicamente en el festival que organiza la revista. Zanny Minton Beddoes, editora del Economist, también lo sabe, y lo entrevistó en el festival organizado por su medio. Cada uno explicó los motivos de su decisión por carta. Cuando todo eso sucedió, en la plaza de España que es Twitter, todo el mundo sabía qué era lo mejor y cómo había que tratar las mentiras de la ultraderecha y a sus voceros. Luego, cuando nos crecieron nuestros propios villanos, pareció que habíamos olvidado las lecciones sabidas. Las astracanadas de Vox fueron amplificadas por los medios, mientras había sesudos análisis sobre cómo no expandir el eco de las noticias falsas y los bulos. No se escarmienta en cabeza ajena, y a veces tampoco en propia: antes (y ha vuelto a suceder), ya habíamos sucumbido a los trapos rojos de Podemos y sus gestos.

Jordi Évole entrevistó a Maduro para Salvados poco después de la autoproclamación de Guaidó como presidente interino de Venezuela. La promo del programa que se emitió el domingo era provocadora. Évole pedía en Twitter que antes de criticar esperaran a ver el programa, como si no buscara levantar la audiencia a través de la provocación, como si después de años de invasión de programas de prensa rosa en las televisiones no supiéramos ya lo que son los cebos. A lo mejor parte del problema está en que lo malo (y no solo los malos) es lo que sigue teniendo éxito: el morbo vende.

En el caso concreto de Évole y Maduro, lo que me resulta más interesante es cómo se ha gestionado esa entrevista tan rápido y lo bien que trabaja el equipo de producción del programa. La entrevista un poco menos: los dos sabían lo que iban a preguntar y responder y sería difícil que sucediera algo no previsible y que se saliera del guion. La proeza está más en haberla conseguido que en lo que luego suceda. Como sucede con muchos otros temas, el de Venezuela está tan polarizado que a unos siempre les parecerá que blanquea el régimen y a otros que logra desmontar las mentiras de Maduro. Es difícil vencer al populismo con sus herramientas: la retórica, la puesta en escena, las encerronas; y esas suelen ser las herramientas de Évole, en parte porque son las únicas en las que confía la televisión.

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