Cultura para rojos, cultura para fachas
Semanas atrás, Moreno Bonilla, flamante presidente de la junta andaluza, citó sin demasiada gracia, como citan los que no han leído al citado, versos de Machado y de Lorca durante su investidura. Automáticamente, como quien aprieta el botón de un arma, saltó Teresa Rodríguez del asiento buscando foco para recordarle a Juanma Moreno que ahora los peperos pactan con el franquismo y que, por tanto, citar a Machado o a Lorca no es posible. O lo que traducido al román paladino viene a significar: Machado y Lorca son nuestros, no te acerques. Si el presidente de la Junta hubiera, como digo, leído a Machado, habría podido contestar con aquella frase de su Mairena: «Estamos abocados a que sólo queden en pie las virtudes cínicas, y los políticos tendrán que aferrarse a ellas, gobernar con ellas».
Semanas atrás, Moreno Bonilla, flamante presidente de la junta andaluza, citó sin demasiada gracia, como citan los que no han leído al citado, versos de Machado y de Lorca durante su investidura. Automáticamente, como quien aprieta el botón de un arma, saltó Teresa Rodríguez del asiento buscando foco para recordarle a Juanma Moreno que ahora los peperos pactan con el franquismo y que, por tanto, citar a Machado o a Lorca no es posible. O lo que traducido al román paladino viene a significar: Machado y Lorca son nuestros, no te acerques. Si el presidente de la Junta hubiera, como digo, leído a Machado, habría podido contestar con aquella frase de su Mairena: «Estamos abocados a que sólo queden en pie las virtudes cínicas, y los políticos tendrán que aferrarse a ellas, gobernar con ellas».
Mientras la izquierda se apropia de estas figuras, la derecha se erige como bandera única del relato histórico español, manosea la figura de Blas de Lezo, y culpa a la izquierda de no ser capaz de montar un solo discurso épico sobre la historia nacional. Lo curioso, por cierto, es que la izquierda recoge el guante y reconoce que ese relato histórico le importa un carajo. Ignoran ambos, supongo, que los mayores relatos épicos de nuestras letras han sido escritos por lo que torticera y ridículamente podríamos catalogar como «hombres de izquierdas». Que el Mio Cid fue compuesto, según la teoría pidaliana, por un juglar de Medinaceli, es decir, por el pueblo; que los romances populares solían exaltar al héroe de turno; o que de la literatura moderna me vienen a la mente nombres no precisamente de derechas, véanse, yo qué sé, Larra, Galdós o Neruda, por recorrer un siglo completo, que buscaron en el héroe histórico la construcción de una identidad nacional.
La alta cultura, la que no bebe de ridículas soflamas o propagandas abyectas, no es de nadie o es de todos. Nadie puede agenciarse el discurso de Machado porque ese verso es libre, y, como apuntaba su maestro Unamuno en uno de sus títulos, un verdadero creador con espíritu crítico ha de estar «Contra esto y aquello». ¿Que Antonio Machado era un rojo de los nuestros o de los suyos? Machado era un republicano convencido, lo que no significa necesariamente ser lo que hoy significa ser de izquierdas, y sólo el contexto y no su ideología propició que se involucrara tanto en aquella guerra bajo la sombra de Caín. La prueba está en que Manuel Machado, tan unido a él que en su teatro es imposible identificar qué pertenece a cada hermano, apenas participó en el conflicto. Si el contexto hubiera sido otro, Manuel hubiera sido Antonio y Antonio hubiera sido Manuel. Y qué decir de la supuesta exclusividad de la derechona con respecto al héroe histórico, elevación que la mayoría de las veces partió de abajo, de un pueblo que necesita ídolos a los que adorar. Así que menos ideologizar figuras y menos capitalizar relatos. Porque como dijo Mairena en el mismo párrafo que cité al inicio: «La cultura debe ser para todos, debe llegar a todos; y para propagarla sólo será preciso hacerla».