Frankenstein se va de urnas
A veces ocurren cosas tan increíbles como sorprendentes. Lo es que un candidato al que sus compañeros de partido querían evitar, para no verse contaminados por él, pueda -según las encuestas- convertirse
A veces ocurren cosas tan increíbles como sorprendentes. Lo es que un candidato al que sus compañeros de partido querían evitar, para no verse contaminados por él, pueda -según las encuestas- convertirse en el más votado en las elecciones generales de abril. Es increíble, y sorprendente, que el lastre que se le ha atribuido al evaluar el descalabro de su partido en las elecciones andaluzas, hace apenas tres meses, y la rémora segura que siguen temiendo para las que se celebrarán en mayo, en otros tres meses, pueda volatilizarse en los sondeos que estiman el resultado del 28 de abril. Pero lo increíble y sorprendente también tiene su lógica.
Es bien conocido que la moción de censura que aupó a Pedro Sánchez a La Moncloa se apoyaba en un engaño: el propósito no era echar a Rajoy para convocar elecciones, sino echarle para poner en marcha un gobierno electoral con los votos de Podemos, separatistas y Bildu; eso que los ancianos del PSOE tildaron de gobierno Frankenstein.
La primera convocatoria que afrontó ese Frankenstein electoral fueron las andaluzas. Le salieron rematadamente mal, pero no al PSOE de Sánchez sino al de su archienemiga Susana Díaz. Perder Andalucía, donde eran fuerza hegemónica desde el arranque de la democracia, desató los nervios entre muchos socialistas, temerosos de un contagio sanchista en la múltiple cita electoral de mayo.
Perder por haber renunciado al constitucionalismo en pago de unos pocos meses en La Moncloa es un coste que puede poner en riesgo el liderazgo en un partido. Pero las papeletas de voto no incluyen anexo explicativo, y nada le vendría mejor a Sánchez que exhibir un resultado que pudiera desmentir tal motivación, que su Frankenstein electoral fuera capaz de revalidarse en las urnas. Y el 28 de abril, Frankenstein se va de urnas.
Desde el verano, unas motivadoras encuestas del CIS de Tezanos han servido de animador de los réditos que sería capaz de lograr el Frankenstein electoral. Pero las bromas sobre las abultadas mayorías allí pronosticadas han ido dejando paso, tras la convocatoria anticipada para el 28 de abril, a una catarata de encuestas que, sin tanto alborozo como Tezanos, sitúan al PSOE de Sánchez en la primera posición en estimación de voto para las generales. Unas previsiones demoscópicas que oscilan entre la victoria pírrica, cuando se prevé que la suma de los socios de censura no llegue a la mayoría absoluta, y el aval al Frankenstein de Sánchez, cuando sí suman.
Sorprendente, e increíble, porque es un hecho el rechazo del PSOE tradicional -y de muchos de sus votantes de siempre- a los acuerdos de Sánchez con los separatistas. Como también lo es la contumacia de Sánchez en negar sus propios pactos, y en no pestañear cuando se hacen públicos, con la lógica desafección que tanta impostura tendría que desatar. Pues ni aun así, dicen las encuestas.
¿Por qué? La explicación parte de una hipótesis: izquierda y derecha partirían las preferencias electorales en España por mitades casi exactas. Serían dos bloques casi estancos donde solo cabría pensar en cambios de voto entre los partidos de cada mitad sin sobrepasar la frontera salvo, acaso, para alguna parada en la abstención.
Esta hipótesis de bloques estancos, ¿es un prejuicio o es resultado de la observación demoscópica? Posiblemente, un poco las dos cosas. Si es más prejuicio que observación, el día de las elecciones escucharemos muy razonados análisis de por qué las cesiones de Sánchez al separatismo redujeron más allá de lo previsto el voto global a la izquierda. Oiremos lo poco que le habrá servido al PSOE la anunciada desintegración de Podemos, su desunión entre confluencias y discrepancias. Nos contarán que los bloques no eran tan estancos y que, pese a la fragmentación en tres partidos, la victoria electoral del centro-derecha es inapelable.
Pero si esa supuesta partición en dos bloques simétricos y estancos es más observación que prejuicio, no sería imposible que el PSOE de Sánchez fuera la fuerza más votada. La inocultable crisis de Podemos y el anuncio de Ciudadanos de no pactar con Sánchez dejaría al hipotético bloque de izquierdas con solo un partido sólido al que votar, el PSOE de Sánchez, rodeado de infinidad de pequeños partidos, confluencias y socios separatistas deseosos de apoyarle el día después. En la otra supuesta mitad, sin embargo, el votante tradicional del PP puede elegir si mantiene su fidelidad de voto u opta por una fuerza en la frontera con el PSOE pero sin lograr traspasarla (Ciudadanos), o por otra más a la derecha (Vox) que tiene en la novedad, la moda y el desconocimiento su triple atractivo. Aunque este segundo bloque pudiera ser algo mayor que el de la izquierda, su partición en tres partidos reduce la capacidad de transformar los votos en escaños en las circunscripciones medianas y pequeñas, es decir, en casi todas.
La dificultad de transformación del voto en escaños es cierta lo sea o no la hipótesis de los dos bloques casi idénticos y estancos. Y la peor cosecha de esta fragmentación asimétrica del voto es la posibilidad de ofrecer a Sánchez el aval de las urnas para reeditar su Gobierno Frankenstein para los próximos cuatro años. Increíble, sorprendente, y además posible.