La pobreza cool
Que las dificultades económicas y vitales de una generación entera se hagan pasar por moditas y desenfado es repugnante colaboracionismo
Ocurre con cierta frecuencia. En algún periódico con cara y ojos, alguien (a veces alguienes, porque se ve que el asunto requiere músculo) escribe algún articulito sobre las peculiares costumbres de las nuevas generaciones: cambiar mucho de trabajo, mudarse constantemente de casa, no salir el fin de semana para no gastar, no aventurarse a tener hijos y otras excentricidades. Lo que está de moda, ya saben.
No me extenderé en lo mal que está la cosa. El otro día leía (creo que en Twitter) que Los Simpsons son un buen ejemplo de cómo ha cambiado la clase media en estos últimos treinta años: hoy nadie sin titulación universitaria podría sustentar con su salario a una familia de cinco miembros que posee una casa y dos coches. Lo que ocurre es que, ahora, ni con un puñado de posgrados, dos o tres idiomas y cuatro o cinco pasantías por empresas de alto copete cobras un sueldo que te dé para pagar el alquiler, comer, encender la calefacción y esos otros vicios que tenemos los millennials. La etiquetita generacional ha sido enormemente rentabilizada por la prensa para hacer artículos de la nada: que si los millennials esto, que si los millennials lo otro. «Respirar, esa moda entre los jóvenes». Creo que san Agustín (si no es este, es otro Padre de la Iglesia, que para el caso es lo mismo) dice en algún sitio de las Confesiones que los jóvenes están echados a perder: hay pocas innovaciones en el espíritu humano.
Que alguien quiera retorcer el bastón entre las manos mientras dice que en sus tiempos las cosas eran de otra manera me parece tolerable. ¡Hasta previsible! Que las dificultades económicas y vitales de una generación entera se hagan pasar por moditas y desenfado («Ni contrato fijo, ni hipoteca, ni hijos. Los 30 de ahora son los nuevos 20 para una generación que vive sin ataduras y que no entiende el concepto de indefinido. ¿Quién dijo prisa? Sienten que el tiempo es suyo») es repugnante colaboracionismo.
No deja de ser curioso que estos intentos por blanquear la pobreza vengan de la prensa, un gremio particularmente arrasado por la precariedad laboral. Puede que sea una simple disputa generacional: recuerden los frotamientos que hubo en los medios de los mayores cuando cerraron o se mermaron los medios millennials. Quizás es que, simplemente, da visitas (como se sabe, el periodismo consiste en hacer artículos que generen tráfico).
Las motivaciones, sean las que sean, no lo hacen menos asqueroso. Malo es que la prensa no haga su trabajo. Peor, que nos meen y nos digan que llueve.