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La corrección política y sus enemigos

Los populismos de todos los colores quieren llevarnos hacia el juicio ad hominem de la política, por encima de la fiscalización de las ideas de los representantes públicos

Opinión
  • Laura Fàbregas (Barcelona, 1987) se licenció en Ciencias Políticas por la Universidad Autónoma de Barcelona. Sus primeros pasos en el periodismo los dio en Catalunya Ràdio, cubriendo la información política desde Madrid. También trabajó en la corresponsalía de Roma de la emisora radiofónica Cadena Ser, y posteriormente estuvo cinco años trabajando para la delegación catalana de El Español hasta incorporarse en la sección de Nacional, donde abarcó la actualidad del Gobierno. Su última etapa antes de desembarcar en The Objective fue en Vozpópuli como redactora de política.

Hay un hilo conductor entre la frase del feminismo colectivista de que todo lo personal es político y la incorrección política de la que presume el populismo de derechas, ya sea el de Trump o Abascal. El libro de Ricardo Dudda, de título muy popperiano, La corrección política y sus enemigos, explica cómo los votantes perciben como un rasgo de sinceridad el lenguaje directo y políticamente incorrecto de los líderes políticos. Y, por contra, observan con cierta hipocresía el que mantiene las formas y usa un lenguaje respetuoso.

En la misma línea, Lo personal es político del nuevo izquierdismo ha perdido parte de su connotación original y quienes lo defienden no hacen distinción entre la virtud privada y la virtud pública. Eso propicia que se prime la valoración de actitudes morales privadas desde un punto de vista político y partidista en detrimento del escrutinio a sus proyectos y acciones políticas.

La coherencia y pureza, en política, debería ser siempre un valor secundario; no primario. Admitir la fiscalización de la vida privada en aras de una supuesta superioridad moral o aupar la apariencia de espontaneidad y sinceridad de estos nuevos súper hombres es la antesala del totalitarismo.

Y más en España, donde el Parlamento decide quién es el presidente del gobierno más adecuado, porque el futuro dirigente será el mejor en función de su proyecto, y no de su historia personal. Los populismos de todos los colores quieren llevarnos hacia el juicio ad hominem de la política[contexto id=»383899″], por encima de la fiscalización de las ideas de los representantes públicos. En la Europa parlamentaria conviene no confundirse: a menos de que no queremos ir hacia atrás y llevar un ataque tout court hacia la política. Eso fue el esquema de los años treinta, que se supone que ya hemos superado en nuestro historial de sociedad avanzada.