La culpa es de las madres
Cada intento de censura impone el deber de la relectura. Y así ahora con la Caperucita Roja, que unos padres concienciados han apartado de la sección infantil de la biblioteca escolar para sorpresa, supongo, de quien recuerde al menos superficialmente el cuento. Porque en este recuerdo la moraleja es clara: pasan cosas terribles cuando te fías de extraños y desobedeces a los padres.
Cada intento de censura impone el deber de la relectura. Y así ahora con la Caperucita Roja, que unos padres concienciados han apartado de la sección infantil de la biblioteca escolar para sorpresa, supongo, de quien recuerde al menos superficialmente el cuento. Porque en este recuerdo la moraleja es clara: pasan cosas terribles cuando te fías de extraños y desobedeces a los padres.
Si la función de los libros infantiles es la educación moral, esta sería una magnífica enseñanza y la Caperucita un gran libro. Lo eran, de hecho. Pero los padres concienciados ya no quieren ser obedecidos porque tienen demasiado miedo a parecer autoritarios. Los adultos concienciados sospechan de los niños obedientes porque sospechan de su propio poder y autoridad y prefieren ser contestados y desobedecidos por miedo a que con un mal consejo, una mala palabra o un mal ejemplo corrompan indefectiblemente el alma pura e inocente de sus pequeños.
Tiempos como los nuestros imponen, claro está, otro tipo de lectura del cuento de la Caperucita, seguramente menos adecuada para la sección infantil. Impone una lectura en la que madre, por irresponsable o por malvada, manda a una pobre niña a cruzar sola el denso bosque. Impone una lectura en la que la madre es culpable, por acción o por omisión, de todo lo malo que le pueda pasar a su hija. Porque no puede no saber que el bosque es oscuro y alberga horrores. Y no puede no saber que una niña sola en este mundo inhóspito es una niña en peligro.
Por eso esconden los libros los padres concienciados; porque leerlos a plena conciencia se les hace insoportable. Y así, escondiendo los libros, dejan a los niños indefensos frente a la realidad que estos muestran. Por eso pocas veces podrá decirse con tanta razón que los cuentos infantiles nos abren a otros mundos y nos permiten escapar a la opresión de lo familiar. Porque pocas veces será tan claro que la voluntad de proteger a los niños los deja indefensos frente a un mundo siempre indiferente a nuestros miedos e inseguridades.
Los padres concienciados son como esos universitarios que le gritan a Paglia que la violación nunca es culpa de la víctima. Pero eso lo sabe Paglia y lo sabemos todos. Lo que parece que no sepamos todos es que los violadores y los lobos existen y que por eso es mejor no cruzar el bosque de noche y a solas. Ni que la culpa es de los malos pero que eso no nos ahorra a los buenos ni un ápice de riesgo y sufrimiento.
Para juzgar la culpa está Dios y están los tribunales. Para enseñarnos a tiempo que el mal existe y que hay que ser precavidos necesitamos los cuentos infantiles. Y quienes más los necesitan son justamente los hijos de estos padres que, de tan concienciados que están de su propio mal, de tan preocupados por no ser fuente de traumas ni de malas noticias, no serán capaces de decirles que también a las buenas personas les pasan cosas malas y que por eso más vale prevenir que curar.