Buen día para exiliarse
«Y el martes, sí, el martes fue un día para exiliarse. Un día como cualquier otro para comprender que en el fondo final de los finales no hay dos Españas».
No es vergüenza ajena. Y no lo es porque yo no voté ese pandemónium y a mí, como a Valle, me falló el tiempo. Habrá quien entienda y quien se sepa feliz y plurinacional, pero el follón del martes era el futuro del zapaterismo llevado a un extremo que nunca imaginamos. Y llegó.
Pareció que a la soberanía patria la miró un tuerto y quizá fuera así. La cosa fue la que fue, y tocamos fondo y habrá quien ahora piense que las banderas y los parlamentos son una farsa.
Si a España le quedara un gramo de vergüenza, hoy, de seguro, se andaría suicidando o arrancándose las pústulas. Pero no, España es Meritxell Batet contra nosotros, los jacobinos que una vez creímos en el progreso y en algo que llamaron nación. De aquí a dos días, dos meses, dos años, todo será un eco del día en que perdimos Cuba y Filipinas y la virginidad y pusimos el otro orificio o el otro carrillo. Fue el instante más oscuro y no fue un instante, sino un sostenimiento de la infamia que acabamos pagando todos.
Pero para que el agujero negro del martes en las Cortes fuera posible, precisamos de una Historia y de un contexto: el Majestic, los gargajos de Pujol, el marianismo y las plazas de mayo que sirvieron para blanquear a los golpistas.
Y el martes, sí, el martes fue un día para exiliarse. Un día como cualquier otro para comprender que en el fondo final de los finales no hay dos Españas. O quizá haya dos Españas: la imposible y la pachorrona. La que votaron y que sólo se mantiene en tanto que Europa se va yendo a tomar por retambufa.