Barcelona tractorizada
Nos ilusionó de Manuel Valls la carencia de demagogia arremangada y la ausencia de populismo falsario. Entre un hombre capaz de espetarle a un periodista que desconoce el precio del billete de metro porque él viaja en taxi y una mujer perejil que se desdobla y bisexualiza en indecentes exhibiciones catódicas, no había color.
Pocas veces la política ha conseguido despegarme del escepticismo ante la denominada condición humana y sus rastreras circunstancias. Las razones son evidentes cuando uno se ha asomado por imperativos categóricos (más triste es robar…) en la negrísima trastienda de algún partido político. Una masacre de cuchilladas chespirianas en la que no se salva ni el apuntador. Sin embargo, en estas elecciones, había un pequeño aliciente que suponía una frágil brizna de esperanza en una ciudad encantada con ese lentísimo hundimiento que vaticinó Azúa hace ya demasiados años observando, allende la Diagonal, el choque del soberbio Titanic contra el iceberg impasible. Había un francés que hablaba de manera sobria, pulcra y responsable. Dirán los voxistas que a la gauche extrarradial nos deslumbró el esplendor de la grandeur vecina y quizás tengan, por una vez y sin precedente, una milimétrica parte de razón. Pero, sobre todo, nos ilusionó de Manuel Valls la carencia de demagogia arremangada y la ausencia de populismo falsario. Entre un hombre capaz de espetarle a un periodista que desconoce el precio del billete de metro porque él viaja en taxi y una mujer perejil que se desdobla y bisexualiza en indecentes exhibiciones catódicas, no había color.
Mientras el nacionalismo español le lanzaba su particular 2 de mayo tuitero, el nacionalpopulismo local lo acusaba de ser el candidato de las élites. Curiosa acusación en una ciudad cuyos alcaldes, aparte de algún despistado menestral de paso, han provenido por tradición y cuna del pijerío autóctono. De ahí que, a la manera rufianesca, Colau no ha dejado de enseñar durante toda la campaña la baba melancólica del barrio, un lujo, hipócrita lector etc., que pueden permitirse los particulares acomplejados en ataques de ceñuda arrogancia etílica, pero no alguien que aspirase al liderazgo de una ciudad que no claudicara frente a la tractorización bárbara y amarillenta.
No ha sido posible. Sigue el fatigoso hundimiento. La mar es profunda. Y los músicos se ahogaron ya o huyeron a lugares menos ásperos y groseros.