Chernobyl, el encanto de la mímesis
«Chernobyl triunfa como artefacto porque te hace sentir que tú podrías, perfectamente, haber sufrido lo que sufrieron aquellos héroes.»
Desprende el halo ese de las grandes obras maestras. La primera escena ya lo deja claro. Un hombre al que todavía no conoces, pero del que más tarde terminarás enganchado, reparte culpas en una grabadora. Las cintas casete, con esa melancolía suave que despiertan tres décadas más tarde, emiten un ruido analógico al ser introducidas en sus carátulas. El hombre sale a la calle fingiendo tirar la basura, pero esconde dichas cintas con sus respectivos culpables en algún lugar del pútrido callejón. Se cerciora: un segundo hombre lo está vigilando. Sin más, sube a casa. Da de comer al gato, único ser que todavía le conecta con la realidad. Leche abundante. Varios platos. Finalmente enciende un pitillo y fuma como fuman los que saben que van a morir: boqueando, absorbiendo. Sólo tres caladas. La felicidad un día fue esto, parece pensar al apagar el cigarro, casi entero. Segundos más tarde, sus pies se balancean por el aire. El cuello, sin verlo, ha de soportar el tacto de la soga.
Chernobyl triunfa como artefacto porque te hace sentir que tú podrías, perfectamente, haber sufrido lo que sufrieron aquellos héroes. Y no lo digo sólo por el accidente nuclear. Es esa intriga, esa sensación de que el peligro te pisa los talones. Porque también podría haber sido usted el que soportara un régimen casposo, más preocupado por ocultar el desastre que por arreglarlo. Podría ser usted el que fuese vigilado (como así confirma el capo de la KGB: «confíe, pero verifique»). E incluso, en un plano inferior, podría haber sido usted el que soportara la vida gris de cualquiera de los personajes que retrata la película, uno de esos tristes hombres que esperan resignados a que algún burócrata acabe con su vida. Así que visualícese usted estremecido, clavadas las uñas en el cojín de Tex de IKEA, apoyada la cabeza de su mujer o su hombre contra el regazo, imaginando lo que pudo ser y fue, aunque no fuera en sus propias carnes. Es la magia que uno percibe con la mímesis del arte. Son ellos, pero puedo, en presente, ser yo. Chernobyl. No se la pierdan.