THE OBJECTIVE
Jorge San Miguel

El camino a Eleusis

«Después de dar algunas vueltas por la moderna ciudad de Elefsina, con un vago aire de ciudad dormitorio mediterránea, llegamos al santuario de Eleusis a las cuatro menos cinco minutos de la tarde»

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El camino a Eleusis

El camino a Eleusis, según informa Google, se sigue llamando Ierá Odós, es decir, “camino sagrado”, pero, antes de tomarlo, el taxista que nos ha recogido da una vuelta por un desangelado arrabal de Atenas por el que un par de días antes hemos pasado para bajar al Pireo. Katében, “bajé al Pireo”, según el celebérrimo comienzo de La República de Platón, para el que mezclarse con el ambiente portuario debía de parecerse bastante a una bajada al infierno, pero sin el despertar extático prometido a los mistai eleusinos.

Sin llegar a lo demoníaco, un viaje por mar sí que tiene algo de purgatorio, aunque el destino sean las Cícladas. Un barco es un lugar donde uno está encerrado con extraños durante horas y horas en medio de la nada, y donde lo único que puede hacer es pasar el rato en el bar. O sea, como el mundo, pero más pequeño. Un microcosmos con más coreanos y japoneses. A la ida, de buena mañana y con más locales haciendo la travesía, llama la atención la proporción de hombres jóvenes. A la vuelta, ya de tarde, hay quizás más turistas y más mujeres. Atracamos en El Pireo casi a la medianoche, hartos de viaje, y volvemos con la secreta determinación de perder el tiempo el último día en Atenas.

Así que se me ha ocurrido ir a Eleusis porque aún tenemos una tarde libre y ya hemos agotado el cupo de museos y de ensaladas de legumbres. Es eso o pasar la tarde entre la piscina y la sauna del hotel, anuncio, y Aurora acaba asintiendo. Así que busco un taxi con una aplicación que acabo de descargar, después de comprobar todos los precios que se ofrecen por los veintitantos kilómetros, y embarcamos hacia el santuario de Deméter. El taxista, Vaggelis, tiene un cierto aire a Figo, a Papaloukas o a cualquier europeo del sur arquetípico, con su pelo negro, su nariz orgullosa, sus gafas de sol panorámicas y su pechera abierta. Es agradable y parece razonablemente honrado.

Los misterios de Eleusis duraron cerca de mil años, hasta que el emperador Teodosio los finiquitó en el 392. Algo antes, Juliano había sido el último emperador iniciado; y aun antes Marco Aurelio ganó la gratitud de los hierofantes tras reconstruir el santuario devastado por los sármatas. Hoy queda en pie entre las ruinas un tondo o medallón de piedra del que emerge la figura barbada y acorazada del emperador filósofo. Durante cerca de diez siglos, griegos y extranjeros de toda condición fueron iniciados en un rito del que casi nada sabemos con certeza, pero cuya culminación abarcaba una noche de muerte y resurrección tras la ingesta del kykeón, la bebida sagrada.

En 1978, Robert Gordon Wasson, Albert Hofmann y Carl Ruck dieron una explicación sencilla y muy propia de la época: el kykeón era una bebida alucinógena -“enteogénica”, en propiedad-, elaborada mediante una infusión en agua con menta de espigas de cereal atacadas por el hongo Claviceps purpurea; esto es, el ergot o cornezuelo del centeno. El principio activo, la ergotamina, es pariente de la dietilamida del ácido lisérgico, o LSD-25, descubierta por el propio Hofmann en 1938 mientras investigaba derivados del ergot para tratar las hemorragias posparto -un uso que ya se daba al hongo desde la Antigüedad. Lo que el mistes habría atravesado durante la noche del Gran Misterio es una experiencia relativamente común en los modernos usuarios de fármacos visionarios: la “pequeña muerte”, una experiencia controlada de muerte y resurrección al amanecer, que sería espejo del descenso al infierno de la diosa cereal Deméter en busca de su hija Koré, y del renacimiento anual de la flora.

Mircea Eliade tomaba el fin de los misterios eleusinos como hecho simbólico del acabamiento del mundo pagano greco-romano. Los godos de Alarico pegaron fuego al santuario en 396, y esta vez nadie lo reconstruyó. Andando el tiempo, el santo cristiano san Demetrio recogió el patronazgo de la agricultura de su antecesora, e incluso en la llanura Raria, en torno a Eleusis, se rindió culto a una santa Demetra de la que nada sabemos y que no se canoniza hasta el S. XIX, pero cuyo folklore remite al relato mitológico de Deméter y Koré. Eliade refiere por fin la leyenda, recogida en diarios atenienses en 1940, de una anciana enjuta y malhumorada que intentó hacer un viaje de autobús a Eleusis sin dinero para el billete. Como era imposible arrancar el motor y partir sin ella, los pasajeros acabaron haciendo una colecta, pero la anciana desapareció en marcha entre maldiciones por la tacañería del personal. Un adecuado final para una diosa de la fecundidad y la resurrección, esto es, la gratitud.

Ah, por cierto. Después de dar algunas vueltas por la moderna ciudad de Elefsina, con un vago aire de ciudad dormitorio mediterránea, llegamos al santuario de Eleusis a las cuatro menos cinco minutos de la tarde. El yacimiento y el museo estaban bajando la persiana, y no hubo manera de entrar. Vaggelis nos invitó a hacer unas fotos desde la verja y a volver a montarnos en su taxi. Como es obvio, aún no estábamos preparados para completar el camino de Eleusis -que es como cumple terminar estos relatos iniciáticos. En todo caso, comprueben los horarios antes de ir.

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