El paréntesis democrático
El PSOE ha vivido durante dos campañas electorales consecutivas de la amenaza de la ultraderecha y, sobre todo, de las acusaciones hacia PP y Ciudadanos, de quien decía Sánchez estaban dispuestos inmolar sus proyectos políticos para entregarse a Vox.
El PSOE ha vivido durante dos campañas electorales consecutivas de la amenaza de la ultraderecha y, sobre todo, de las acusaciones hacia PP y Ciudadanos, de quien decía Sánchez estaban dispuestos inmolar sus proyectos políticos para entregarse a Vox. Una hipótesis cimentada por los editoriales más globales día sí y día también, busquen, sino: “asumen+postulados+Vox” y encontrarán una larga hemeroteca en alusión a la segunda y tercera fuerzas políticas con más apoyo entre los españoles. Ay, si nuestra prensa se hubiese alarmado igual cada vez que un partido nacional se tragaba, uno tras otro, los mantras del nacionalismo: esta semana aún los había, con la excepción de Cs, que votaban a favor de que el PNV reciba el nombre de “grupo vasco” en el Congreso.
Pero los de Esteban y Ortuzar son hoy para muchos el ‘extremo sentido de Estado’ y aquí hablábamos de la extrema derecha. Alguien debió convencer a Sánchez de que no suponía ningún peligro demonizar a todo el centro-derecha en España, insultar a sus votantes y asustar a millones de ciudadanos anunciando el apocalipsis. De pronto, la Constitución que tanto denostaba el gobierno bonito –Calvo la tildaba de machista, por ejemplo- se convirtió en algo a defender de aquello que tan bien resumió la ministra saliente Dolores Delgado al hablar de la derecha trifálica. Es importante recordar ahora la secuencia porque el PSOE anda hoy pidiendo a gritos un salvavidas a lo que ayer eran sucedáneos de los ultras. Una demanda secundada y socorrida por los mismos que ignoran el auxilio necesario para el constitucionalismo en Navarra y que, como el PSOE, reservan el prefijo grave sólo a la derecha.
Descartada pues, la honestidad en el ofrecimiento del Sánchez pidiendo abstenciones imposibles, cabe darse de bruces con la realidad: echarse en brazos de nacionalistas de todo tipo antes que siquiera rozarse con los constitucionalistas no es una ‘tentación’ del PSOE por más que algunos lo quisiéramos, es su modo predilecto de actuar. No olvidemos que los de Sánchez ya han gobernado allí donde han podido con nacionalistas: Baleares, Comunidad Valenciana, País Vasco, etc. Si piden algo de caso en otras autonomías con guiños malintencionados es solo porque o bien no existen los nacionalistas, o no da la suma, o lo que es peor y puede empezar a acontecer si les seguimos dando alas: los nacionalistas ya suman solos. Esto último sucede en Cataluña desde los tripartitos con el PSC, que inició al hoy primer partido nacional en esa doctrina. Y parece que PSOE gonna PSOE.
La pregunta, a estas alturas, ya no es si este PSOE puede formar parte de ese amplio constitucionalismo, sino si podrá serlo o lo ha sido en algún momento reciente. El debate ya se suscitó en octubre de 2016, con la abstención para permitir gobernar a Rajoy que se saldó con un partido roto porque quien hoy lo capitanea –y también al país- empujaba en la perniciosa dirección de querer asemejarse más a Bildu que a lo que ellos consideran derecha. Esa es la lógica que hoy impera en el PSOE y ya sólo queda preguntarnos si el otoño de 2017, golpe de Estado mediante, asistimos todos a una excepción socialista que les llevó a actuar como lo que muchos pensamos que podían ser: una fuerza de Estado. Sánchez parece dispuesto a convertir todo aquello en un vago recuerdo, a despachar aquel momento de verdadero encuentro nacional entre distintos como una anécdota a olvidar, como si le incomodaran las buenas palabras de PP y Cs mientras pelea por obtener una leve lisonja de Bildu.
Puede que el otoño catalán fuera un espejismo también respecto al PSOE, un paréntesis democrático en el que se alinearon los astros y también tuvimos los editorialistas adecuados. De ser así, lamentablemente no tardaremos en ver nuevos otoños, pues nunca recientemente el nacionalismo ha estado tan débil como cuando los tres principales partidos nacionales se han armado de valor para superar las diferencias y dejar de reírle las gracias. ¿Es demasiado pedir?