La pastilla azul
«Veinte años después de Matrix hemos descubierto que la pastilla azul era la pantalla de un teléfono móvil. Ya no necesitamos pastillas rojas; basta con levantar la mirada del suelo»
En las cartas a la directora del periódico de ayer una madre de familia numerosa escribía muy preocupada porque ahora los niños se ven arrastrados a una dependencia total del móvil, una “bomba de relojería”. Porque no lo utilizan solo para colgar cuatro fotos en Instagram, decía, también entran en páginas de pornografía o de apuestas y se encierran en su mundo y se vuelven egoístas y más insensibles. ¡Cuidado! ¡La tecnología está atontando a nuestros hijos! Hoy otro lector escribe en las cartas a la directora sobre los casos de violación a la intimidad de las personas, “cada día más frecuentes”, como el que llevó a una trabajadora de Iveco a suicidarse. Los dos lectores vienen a decir que somos analfabetos digitales, y reclaman una mejor educación a los jóvenes para que no se conviertan en unos trogloditas. Hay que confiar entonces en padres como el que se ha sentado junto a mí en el Metro. Iba con su hijo adolescente. Con el teléfono en la mano, el chico le ha dicho a su padre que hoy casi no ha tocado el móvil. No lo has tocado en media hora, le ha respondido el padre, porque lo tienes en la mano. Acto seguido, el hombre ha sacado su teléfono del bolsillo y ha empezado a revisar su correo. El hijo jugaba a los marcianitos en el suyo. Cinco paradas después, cuando me he levantado, seguían sin decirse nada más. Hay que confiar, decía, en los padres que narcotizan a sus niños con barra libre de Youtube para descansar de su responsabilidad por un rato. Hay que confiar, claro que sí, en padres (¿o son abuelos?) como los que en el teatro, cuando se han apagado las luces y el telón comienza a levantarse, siguen consultado asuntos muy urgentes en sus calendarios. Los actores ya han aparecido en el escenario y ellos aún no han guardado sus teléfonos. Es una escena habitual: los jóvenes suben un par de fotos a Instagram y después desconectan sus teléfonos; los que presumen de educación deben de pensar que con ellos no va la cosa. Hace poco, el actor Ricardo Gómez (25 años) comentaba que durante las 85 funciones de Rojo no hubo un solo día en que no sonara al menos un teléfono móvil durante la función. Como apunta Alessandro Baricco en The Game, desde la llegada del iPhone ha habido “una evidente mutación en las conductas de la gente y en sus movimientos mentales”. Los chavales saltarán de manera compulsiva de WhatsApp a Instagram, pero la obsesión por Facebook de quienes andan por la cuarentena no es mucho más saludable. Tampoco parece que lo hagan mucho mejor las abuelas que en el transporte público piensan que a todos los viajeros nos interesan los berridos de sus nietos o los vídeos-fake de Vox. Veinte años después de Matrix hemos descubierto que la pastilla azul era la pantalla de un teléfono móvil. Ya no necesitamos pastillas rojas; basta con levantar la mirada del suelo.