Opresores y oprimidos
En Una mosca en la sopa, sus memorias, el poeta y ensayista Charles Simic escribe: “Las personas que no son conscientes de que les puede suceder lo mismo que a nosotros en cualquier momento pueden llegar a ser despiadadas”. Simic criticaba a quienes lo veían solo como una víctima y consideraban su experiencia de exilio y marginación como algo completamente ajeno a ellos. A nosotros nunca nos pasará. Es una actitud persistente en el mundo actual, especialmente en el debate político y las guerras culturales contemporáneas. Pedimos censura, linchamos, denigramos a otros desde la convicción de que no nos pasará lo mismo a nosotros: estamos en el lado correcto de la historia y ella nos comprenderá.
En Una mosca en la sopa, sus memorias, el poeta y ensayista Charles Simic escribe: “Las personas que no son conscientes de que les puede suceder lo mismo que a nosotros en cualquier momento pueden llegar a ser despiadadas”. Simic criticaba a quienes lo veían solo como una víctima y consideraban su experiencia de exilio y marginación como algo completamente ajeno a ellos. A nosotros nunca nos pasará. Es una actitud persistente en el mundo actual, especialmente en el debate político y las guerras culturales contemporáneas. Pedimos censura, linchamos, denigramos a otros desde la convicción de que no nos pasará lo mismo a nosotros: estamos en el lado correcto de la historia y ella nos comprenderá.
Algo similar dice Judith Shklar en su libro Vicios ordinarios (la última edición que conozco es de FCE de 1990; no estaría mal una reedición aprovechando el redescubrimiento de su pensamiento). La filósofa lituana dice que “una de nuestras realidades políticas es que las víctimas de la tortura política y la injusticia a menudo no son mejores que sus verdugos. Sencillamente están aguardando a cambiar de lugar con estos últimos” Pero a veces ni siquiera hace falta que exista una verdadera injusticia, sino la percepción de ella. Si uno se convence a sí mismo de que está profundamente oprimido, es capaz de ser despiadado contra sus posibles opresores. Todos somos víctimas pero también disidentes; siguiendo esta lógica, el linchamiento contra tus supuestos opresores es siempre una acción legítima de liberación y emancipación.
La minoría de manifestantes que denigró y acosó a los políticos de Ciudadanos en el Orgullo LGBT pensaba que estaba luchando contra la ultraderecha; al menos pensaban que era lo más cercano a la ultraderecha con lo que se toparon. Por eso proyectaron en Ciudadanos las cualidades de Vox. La realidad era secundaria; Cs no es un partido homófobo y ha hecho mucho por los derechos LGBT. Sus pactos (que realmente no son pactos) no ponen en riesgo esos derechos.
Es obvio que la comunidad LGBT ha estado, y todavía está en algunos aspectos, oprimida. Recientemente un joven en Barcelona tuvo que soportar insultos homófobos y amenazas físicas por su manera de vestir. Vox supone una amenaza clara, aunque siempre menor que lo que muchos sugieren. Pero lo que ocurre es que una minoría que intenta apropiarse del movimiento (generalmente sin éxito) piensa que la opresión que sufre el colectivo le da una legitimidad para oprimir a los que identifica como opresores, aunque vayan a apoyarte. En una era de polarización, hasta los que están de acuerdo contigo funcionan mejor como enemigos, para galvanizar a los tuyos, que como aliados.