Pon cara de presidente
«Desde que llegó al Gobierno tras la moción de censura, Pedro Sánchez ha actuado como un verdadero presidente. Era una estrategia, en cierto modo, de hechos consumados»
Desde que llegó al Gobierno tras la moción de censura, Pedro Sánchez ha actuado como un verdadero presidente. Ha vestido un traje de presidente, ha puesto cara seria y solemne de presidente y ha mirado a la oposición con extrañeza, al estilo Rajoy: ¿estos qué pintan ahí? ¿Por qué me ponen palos en las ruedas? Era una estrategia, en cierto modo, de hechos consumados. Si actuaba como un presidente con mayoría absoluta, aunque tuviera debilidad parlamentaria, le tomarían en serio y quizá la oposición le dejaría realmente gobernar. También era una estrategia de guerra psicológica y de lo que los anglosajones llaman gaslighting, hacer luz de gas: había que promover la sensación de que realmente el presidente tiene plenos poderes, como si tuviera más fuerza parlamentaria de la que tiene (un ejemplo son las palabras de Adriana Lastra a pocos meses de la moción de censura: “Tenemos 84 diputados que valen por 176”). La oposición y la opinión pública debían comprar ese relato.
Al Gobierno le funcionó electoralmente. El 28 de abril pasó de 84 a 123 diputados. Pero fue un regalo envenenado. Al tener 84 diputados, el Gobierno podía asumir internamente que no existía posibilidad alguna de gobernar. Haría guerrilla cultural y se limitaría a luchar por el relato. Pero con 123 diputados la posibilidad real de gobernar era ligeramente más creíble. Podría, incluso, hacerlo sin los independentistas. El regalo era envenenado porque ahora había no solo que actuar como si se gobernara sino aspirar a gobernar efectivamente.
Sánchez se ha topado con una realidad que trasciende la guerra cultural. La política no es solo gestionar los tiempos, los ritmos y el relato. A veces, solo a veces, la política es algo más. Implica negociar sin cámaras y sin promocionar y posicionar cada paso y movimiento al milímetro. El Gobierno ha intentado promover su relato de inevitabilidad y plenos poderes hasta el final. Y Podemos también se ha creído un poder del que carecía; resulta sorprendente que un partido sin experiencia institucional rechace ministerios y una vicepresidencia. La consecuencia es la continuación de un gobierno en funciones, una situación de interinidad que quizá favorezca a Sánchez, que si algo se le da bien es poner cara de presidente.