La euforia de saber narrar
«Lo que constata esta serie de HBO es que ser joven en el mundo occidental es lo más parecido a estar constantemente asomado a un abismo»
Euphoria es, probablemente, el relato actual más cercano que ha narrado con crudeza qué significa ser joven en el año 2019. Y aunque, naturalmente, no es lo mismo ser joven en un lado del mundo que en el otro, lo que sí constata esta serie de HBO es que ser joven en el mundo occidental es lo más parecido a estar constantemente asomado a un abismo.
Esta serie creada por Sam Levinson pone el foco en dos elementos que son sustanciales para los jóvenes en 2019: la música como experiencia vertebradora mediante la cual explican sus conflictos y una estética muy marcada, colorista y atrevida.
Aunque Euphoria nace –y es– un drama juvenil, las interpretaciones de sus principales protagonista y los temas que despliega en cada episodio han interesado a unas audiencias muy transversales. Por supuesto, la trama no deja de lado los amoríos propios de esa edad, los asuntos de identidad o la difícil relación con los padres, pero logra trascender todos los tópicos, para darles la vuelta y abordarlos con un estilo único. Quizás ahí resida buena parte de su éxito: ¿por qué gastarse cientos de miles de dólares en un movimiento de cámara que apenas dura unos segundos? Porque el estilo lo demanda, es decir, porque la forma de contar las cosas de siempre hace que éstas cambien y nos cambien.
Y como todo buen narrador, Levinson se fija en todos los detalles que sumen a sus personajes, que hagan volar la acción. El trabajo de la responsable de maquillaje, Doniella Davy, es excelente. Consigue con delicadeza representar estados de ánimo en cada personaje sin caricaturizarlos. Davy parece retomar la tradición de dos de los teatros tradicionales japoneses: Noh y Kabuki. El primero data del siglo XIV y los temas que aborda tienen que ver con el mundo de lo sobrenatural, sus protagonistas son dioses o figuras como espíritus y fantasmas de personajes históricos y legendarios. El Kabuki, por el contrario, nació en el siglo XVII y tenía a algunas mujeres marginales como protagonistas: eran recogidas de la calle y les enseñaban a cantar, bailar y actuar en los barrios rojos de Tokio y Kioto. En ambos tipos de teatro japonés, el maquillaje modificaba o subrayaba el alma de cada personaje. ¿Es casualidad que Jules se dibuje unas nubes al lado de los ojos cuando está enamorada o que utilice un naranja metálico cuando quiere mostrar su ansiedad?
La palabra euforia proviene del griego clásico y significa “fuerza para soportar”. No es casualidad que esta sensación que se exterioriza a través de optimismo y bienestar –muchas veces provocada por drogas o medicamentos– ponga título a una serie en la que las drogas se consumen con la misma facilidad que las hamburguesas. Hay algo de hipérbole en la representación de la juventud como un ecléctico y potente cóctel en el que se agita el sexo, las drogas, la violencia, la identidad, el miedo, la incomunicación y la incertidumbre. Ser adolescente en el siglo XXI no te asegura una euforia permanente como la que viven Rue o Jules, las dos protagonistas.
El éxito de esta serie es también el éxito de HBO, una plataforma que apuesta por la calidad y que confía en el tradicional boca-oreja para que sus series estén en la conversación de todos. Así lo ha demostrado en su última campaña –Recomendado por humanos– en la que plantan cara a Netflix y su todopoderoso algoritmo que parece flaquear ante la calidad de las últimas propuestas de HBO.