THE OBJECTIVE
Andrés Miguel Rondón

El hombre pequeño que cambió el mundo

«Aunque pocos lo sepan, Dominic Cummgs es ahora el hombre más poderoso del gabinete de Boris Johnson, y quizás la persona más influyente de las islas británicas»

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El hombre pequeño que cambió el mundo

La idea de que la historia la cambian los grandes hombres y sus grandes hazañas le debe mucho a Thomas Carlyle, uno de los filósofos más influyentes del período victoriano. “La historia del mundo no es sino la biografía de los grandes”, diría en un libro titulado, nada menos, El Héroe como Divinidad.  Una aserción natural en la época bonapartista, borrachera de la cual no se salvaron personas tan distantes como Leo Tolstoi (que escribió Guerra y Paz para negarla) y Simón Bolívar (que pasó su vida buscando confirmarla).

Eran otros tiempos. Hoy día la teoría imperante es que la modernidad es fecunda en todo menos héroes. Que los tronos han sido reemplazados por sofás. Que las causas nobles han muerto entre hipos y bostezos, como diría Mishima. Y que aun figuras como Trump, quien sin duda está cambiando al mundo, son tan solo reflujos de la historia repetida en farsa e ideas vacías, personas que la cambian más por aburrimiento que por convicción. Hombres simples, no grandes. Historias que cambian por sí solas.

En un blog diminuto del ciberespacio, sin embargo, un hombre llamado Dominic Cummings asevera lo contrario. “La historia del mundo después de Brexit no cambió por sí sola, cambió gracias a las propiedades emergentes de individuos y hazañas interdependientes”. Entra ellas, por supuesto, la suya: la principal. Cummings, cuya gesta ha quedado retratada en el documental de Netflix “Brexit: Uncivil War”, fue el cerebro de la campaña de Vote Leave, el primer movimiento populista exitoso electoralmente en nuestros tiempos. Y el primum movens, por tanto, del viraje histórico más importante de este siglo.

“Todas las encuestas daban favoritos a los europeístas… estaban destinados a ganar”. El río iba para otro lado. Él y su equipo, armado de nuevas tecnologías y nuevas ideas (el Big Data con fines políticos, la gestión de equipos humanos basada en teorías del Caos) tuvieron que cavar canales para cambiar su rumbo. Y, quién lo duda, los cavaron bien y lo lograron. Cambiaron la historia.

Aunque pocos lo sepan, Dominic Cummings es ahora el hombre más poderoso del gabinete de Boris Johnson, y quizás la persona más influyente de las islas británicas. Su huella está detrás de las recientes maniobras para prorrogar el parlamento y conseguir un Brexit sin acuerdo, el cual de suceder implicaría otro gran viraje. En Londres tiemblan los ministros al oír su nombre.

Ha sido propicio, entonces, volver a visitar el voluminoso, aunque infrecuentado blog de Cummings para prever qué se nos viene. Para entender a qué puerto nos lleva el río populista de la historia. Pues si bien los populismos a lo Trump pueden, y de hecho sabiamente intentan, prorrogar para siempre sus utopías (“Make America Great Again” como epopeya sinfín), los artífices del Brexit están obligados a tomarla por asalto en una fecha puntual (este 31 de octubre) y a mostrarnos qué es lo que hay. En qué Ítaca, después del cuento, hemos anclado.

La curiosa realidad es que, más allá de las promesas de campaña, fingidas simples para facilitar su digestión en el vulgo, Cummings sí que tiene un objetivo real en todo esto.  Un fin último que aún no ha sido logrado y para el cual el Brexit no ha sido más que un medio.

Cummings ve a la fábrica del mundo y de la historia como un mantel que para cambiar debe agitarse. Un sistema complejo que debe perder su base para crear algo distinto. Como él mismo escribe, el Brexit no fue más que un shock al sistema. Un tirar el mantel al cielo para intentar atajarlo cuando caiga, como ahora, en sus manos.

¿Y el fin? Resulta que algo minúsculo: revolucionar la burocracia británica. Así mismo. Acabar con la pereza del servicio civil. Gestionarla de otra manera – como él mismo propone, como si fuera el centro de comando de la NASA. ¿Y para qué? Pues para responder a la complejidad del mundo moderno con un gobierno bautizado en la complejidad. Un gobierno capaz de responder a una crisis nuclear y de entrenar a una fuerza laboral para la economía robótica.  De poblar Marte por si acaso. Y de frenar, en definitiva, nada menos que el apocalipsis.

El fin de la historia que busca Cummings es, por tanto, la historia sin fin. Pesimismo existencial enlodado de maquillaje populista, milenarismo disfrazado de mucho trabajo y esperanza, venganza del hombre prepotente e híper-productivo ante la mediocridad de los tiempos, la visión de la historia de Cummings es la de un tren que hay que tumbar para que no se descarrile.

Nada nuevo, es decir. Genios enloquecidos por la eficiencia y la perdición tuvimos muchos el siglo pasado. La utopía siempre ha sido un resguardo para la devastación. Un antídoto de pesadillas. Ésta tan solo es la más rara y triste de ellas. Y la más posible, por supuesto.

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