“La familia” da una emocionante lección de unidad
«No hay mayor contraste con las gallardas hazañas de nuestros deportistas que el inmovilismo político en el que está sumido este sufrido país. Ese contraste no ha pasado inadvertido para una enorme cantidad de ciudadanos»
“Cinco catalanes ganan el Mundial de baloncesto”, titulaba una de esas publicaciones separatistas que parecen regidas desde los cocientes intelectuales más bajos. Claro, y siete no catalanes. Pero esos esfuerzos por marcar distancias con cualquier pretexto, deportivo o cultural o lo que toque, se topan en semanas como las que hemos vivido -ese campeonato en China, la emocionante exhibición de un ‘viejo’ Rafa Nadal empeñado en echar hacia atrás el reloj del tiempo en el US Open- con el sentimiento de orgullo y de unidad que las proezas deportivas defendiendo los colores de España suscitan en una ciudadanía mucho menos fracturada de lo que se pretende hacer ver.
Más de seis millones de telespectadores, un récord absoluto para este deporte, siguieron la espectacular final de Pekín, en un campeonato que empezó entre dudas y sufrimiento, con un juego deslavazado en ataque que nos hizo sufrir con rivales de segundo nivel como Irán. Pero el agotador trabajo defensivo permitió superar a un adversario tras otro, demostrando la enorme solidaridad y la inteligente conjunción de un equipo que se ha dado a sí mismo su mote: “La familia”.
Del trabajo en común nació una confianza recuperada en el juego de ataque, llegando a la exhibición final ante Argentina tras otra demostración de agónica resistencia en una semifinal contra el enorme equipo australiano, que estuvo diez veces perdida pero acabó ganada tras dos prórrogas.
En efecto, la aportación del núcleo catalán ha sido fundamental, pero dentro de un espíritu de mutua ayuda, de juego sin un atisbo de personalismo, con un evidente orgullo de todos por lucir la bandera y el uniforme de España, y así el impacto social de un título en un deporte que no deja de ser minoritario ha sido enorme. A los españoles les ha encandilado verse representados por Ricky Rubio, Marc Gasol o Rudy Fernández. Hay orgullo por el título y por la forma de ganarlo. Ha sido como una parábola de lo que intentamos lograr con la España constitucional de 1978, y que se ha ido desgastando y agrietando por las diferentes confabulaciones rupturistas.
No hay mayor contraste con las gallardas hazañas de nuestros deportistas que el inmovilismo político en el que está sumido este sufrido país. Ese contraste no ha pasado inadvertido para una enorme cantidad de ciudadanos. Y quizá empiecen a mirar de un poco más cerca las tácticas de los partidos, en busca de valores de unidad, de objetivos comunes, como los que han defendido los chicos de Pekín. No va a ser fácil, pero gestos como el de Albert Rivera con su postrera oferta de unidad constitucional nos devuelven alguna esperanza.