Un Sánchez para cada momento
El líder socialista ha impuesto su figura como opción central pese a su estela de incumplimientos, incoherencias y ausencia de resultados
Es aquella vieja viñeta de Hermano Lobo: en la tribuna un dirigente forzaba a elegir a una masa de hombres-masa: “O Nosotros o el Caos” y la masa, más coherente cuanto más suicida, respondía “El Caos, el Caos”, a lo que el político, condescendiente, restaba importancia “Da Igual, También Somos Nosotros”.
La viñeta fue empleada contra Mariano Rajoy por Pablo Iglesias en los años en los que el dirigente de Podemos se reivindicaba como un pundit liberador. El elegido traería la pureza a una generación que no merecía el detritus del bipartidismo y, por tanto, acabaría con las viejas formaciones, aquella plaga decadente.
Desde el 28A, Pedro Sánchez fue perfeccionando su humillación a Iglesias, gradualmente, a fuego lento: la maquinaria de marketing socialista reforzó la idea de un Iglesias enajenado, nocivo para los intereses generales, inestable. Hasta llegar a la ruptura de las negociaciones, en la que la silueta de Iglesias encajó en la de un antisistema. Un antisistema con el que, sin embargo, el PSOE había forjado los Presupuestos Generales apenas dos meses atrás, en febrero. En aquellas cuentas rechazadas por el Congreso se castigaba la fiscalidad de las grandes empresas, se creaban nuevos impuestos, se barajaba la tasa Google y se destopaban las cotizaciones de la Seguridad Social: patronal y empresarios se echaron las manos a la cabeza y cabezas frías de Europa sufrieron una subida de tensión.
Todo eso pasó hace mucho, hace apenas siete meses. Sánchez es un dilecto hombre de su tiempo, donde una principal industria es el olvido. El presidente en funciones vive liberado de sus inmediatos pasados: pasados encadenados en un año y un cuatrimestre de presidencia salpicado por incumplimientos (“Convocaré las elecciones con urgencia”, mayo de 2018), incoherencias (los independentistas que volvieron a llevar la desobediencia al Parlament y quieren expulsar a la Guardia Civil de Cataluña fueron imprescindibles en su acceso al poder) y amagos tácticos (“Podemos es nuestro socio preferente”, mayo de 2019). Y siendo así, conocedor de las nuevas reglas, Sánchez ha sacado del pozo al PSOE y lo ha rehabilitado como un partido de Gobierno en España.
Ahora, con el líder de Unidas Podemos entablillado, Sánchez ha respaldado la creación de una muleta que se le ajuste mejor a la mano, el producto que faltaba en el lineal, Más País, una izquierda pop, reubicada en los parametros del sistema, que dé, si llega el momento, colorido e insolencia tolerable a un gobierno del PSOE. Pensar en el 15M, y en Podemos, la formación que encarnó su espíritu, y evaluar el estado que presenta cinco años después subraya el arraigo del sistema. A seis semanas de las próximas elecciones, los diseñadores de estrategias electorales, tanto socialistas como populares, están convencidos de que subirán por encima de las expectativas demoscópicas (120/130 para el PSOE; 80/90 para el PP). Las dos formaciones nunca han dejado de ocupar el poder ni en el Estado, ni en las principales comunidades, ni en las diputaciones ni en los principales ayuntamientos, ya en solitario, ya con ayudas puntuales.
El presidente en funciones es él y también el caos, viscoso e implacable, ha demostrado saber metamorfosearse en un Sánchez para cada momento.
Ignacio Gómez de Liaño recuerda en La Mentira Social una enseñanza de William Gavin, asesor del presidente Richard Nixon y escritor de sus discursos: “El elector es fundamentalmente perezoso y en ningún caso puede esperarse que haga el menor esfuerzo por comprender lo que se dice. Razonar exige un alto grado de disciplina y concentración, es más fácil impresionar. El razonamiento adormece al telespectador o bien le agrede, exige que acepte o rechace; por lo contrario, una impresión puede envolverle, incirtarle, sin colocarle frente a una exigencia intelectual”.
La cita ayuda a entender cómo ha degenerado la estrategia política. Pero ni el manejo certero de la propaganda ni la ausencia de una oposición compacta, carente de un liderazgo rotundo, taponan las señales de alerta en España. Y, por supuesto, no ponen al país a salvo de las consecuencias. Sánchez planea sin motor, proyectado por un crecimiento estable, pero a la baja, que vaticina una crisis de crecimiento. España sigue lastrada por una deuda pública del 97% del PIB con la Seguridad Social engordando su déficit en torno a 18.000 millones de euros anuales; el país carece de una Ley de Cambio Climático y ha aparcado las grandes reformas en un año de Gobierno socialista sostenido por apenas 84 diputados y una interinidad de más de seis meses, que se prolongará tras el 10N.
La maquinaria de encuestas, más que pronosticar, conforma la realidad, la amolda a los intereses ideológicos o partidistas. Sin embargo, hay factores de más difícil control que repercutirán en los resultados de las Generales. Así, la sentencia del Procés debe llegar bordeando el inicio de la campaña electoral. El pasado jueves, el Parlament se enfangó en la insumisión y la desobediencia, respaldó a los CDR y pidió expulsar a la Guardia Civil. Carlos Carrizosa, el líder de Ciudadanos, grupo mayoritario en la Cámara, fue expulsado, en un ambiente de tensión cuartelaria.
A Sánchez también le llegará ese momento.