Hechos y derechos
El debate fundamental en nuestras sociedades libres y democráticas sigue siendo la importancia de diferenciar entre hechos y opiniones
“Sólo las dictaduras encarcelan a líderes políticos pacíficos”. Eso decía al menos y al mundo una pancarta que colgaron los sospechosos habituales la otra noche, noche de Champions, en el Camp Nou. A Manuel Valls le parece mentira y le parece además que la libertad de expresión no ampara la mentira. Y a mí, para variar, me parece todo muy confuso.
Me parece, para empezar, que la libertad de expresión ampara la mentira bastante a menudo. O que ampara al menos la publicación de falsedades cuando no se puede demostrar que sean deliberadas. Y me parece que a pesar de todo está bien que así sea y que en estas cuestiones rija el principio de in dubio, pro libertate.
Pero me parece, sobre todo, que la pancarta que nos ocupa no es una falsedad sino una opinión. Una opinión equivocada, peligrosa incluso, pero opinión. Es evidente que podría leerse como una falsedad de hecho en un sentido muy claro: también las democracias encarcelan a líderes políticos pacíficos. Por ladrones, por ejemplo. O por presuntos sediciosos. Pero lo que dice la pancarta, aunque no lo diga así por razones elementales de espacio y de estilo, es que a esas democracias no se las puede considerar tales. Que a esas democracias habría que considerarlas, de hecho, dictaduras. Esto no es un hecho sino una opinión, basada en el hecho de que la democracia es siempre una realidad imperfecta o un proyecto inacabado y que por eso cualquier quincemesino que salga a decir que le llaman democracia pero no lo es tendrá siempre algo de razón, por muy equivocado que esté. Lo que pide la pancarta, diría que sin saberlo e incluso sin quererlo, es la total inmunidad para cualquiera que pueda ser considerado un líder político. Incluso, habría que recordar a sus redactores, si el líder en cuestión fuese miembro de la oposición constitucionalista.
Será entonces una opinión absurda en su planteamiento y peligrosa en sus consecuencias, pero opinión al fin y al cabo. Y más allá de la cuestión de si cabe exhibir estas opiniones en un campo de fútbol y de quién tiene o debería tener potestad para decidir sobre el particular, el debate fundamental en nuestras sociedades libres y democráticas sigue siendo la importancia de diferenciar entre hechos y opiniones. Del s.XX y sus totalitarismos creímos aprender que la capacidad de diferenciar entre verdad y mentira y hechos y opiniones es fundamental para salvaguardar la libertad. Porque allí donde estas distinciones son ya irrelevantes se impone el relativismo de Estado, es decir, la tiranía totalitaria. Pero no quiere decir únicamente que debamos proteger a los hechos de la tiranía de la opinión, sino que también debemos proteger a la opinión frente a aquella tiranía de los hechos que consiste en tomar por hechos incontestables cosas que son, podrían o deberían ser objeto de discusión.
El ámbito de la libre discusión democrática es necesariamente el ámbito de la opinión, aunque sólo fuese porque sobre el hecho hay mucho que conocer pero poco que discutir. Del olvido de esta diferencia es de donde sale también el peligro de tanto censor disfrazado de denunciante de bulos y fake news, que no deja de encontrarlos porque no deja de confundir hechos y opiniones para condenar las opiniones ajenas sin proteger con eso ninguna verdad ni ninguna libertad. La discusión sobre qué es y qué debería ser la democracia es connatural a la propia democracia. Y por absurda que sea o que parezca a veces la discusión, es evidente que no podemos darla por terminada sin terminar al mismo tiempo con la democracia tal como la conocemos.