Guiños de la historia
«Uno de mis pasatiempos favoritos para relajarme ha sido siempre el de leer léxicos, catálogos de editoriales, almanaques y repertorios de época»
Uno de mis pasatiempos favoritos para relajarme y refrescar la cabeza tras una ardua jornada de trabajo, por así decirlo, serio, ha sido siempre el de leer léxicos, catálogos de editoriales, almanaques y repertorios de época de todo tipo. Esta afición, ayudada por la privilegiada memoria de la juventud, me facilitó mucho las cosas en mis estudios y en mi profesión. Los catálogos me llevaron directamente a ocuparme del fondo de una librería madrileña —uno de los trabajos más satisfactorios de mi vida laboral— pues me los sabía de memoria, y acabé transformándola prácticamente en una librería de viejo, o al menos de libros descatalogados.
Fruto de todo ello fueron mis incursiones a los depósitos de algunas editoriales, de las que recuerdo el rescate de dos títulos, muy buscados en la época (finales de los setenta, primeros ochenta): en el almacén de Ínsula, Juan Ramón de viva voz, de Juan Guerrero Ruiz, —el Eckermann particular de Juan Ramón Jiménez— quien, con la misma paciencia que gastó su predecesor con Goethe, apuntaba devota y escrupulosamente todo lo que había acaecido en sus visitas diarias al poeta, maldades incluidas. Algunas décadas después, y no fui ajena al hecho, se hizo una edición completa en Pre-Textos, gracias a los hijos del así llamado “cónsul general de la poesía”, como le calificó García Lorca en su dedicatoria del “Romance de la Guardia Civil Española”, del primer Romancero Gitano, publicado en la revista Verso y Prosa, que fundó Juan Guerrero junto a Jorge Guillén, en 1927.
El segundo título fue la Historia trágica de la literatura, de Walter Muschg, en el Fondo de Cultura Económica, obra generosa en datos e ideas, a la que no dejo de recurrir si es menester. De ambas quedaban en aquellos prodigiosos almacenes, ya sin distribuir en librerías, una veintena de ejemplares que compré para la librería en la que trabajaba y que se vendieron íntegramente, lo que dice algo sobre la calidad intelectual de la época.
Otro hallazgo notable en mi colección son dos referencias a Jorge Guillén bastante controvertidas y curiosas, en el Catálogo Nº7 de la Llibreria Antiquaria Turmeda (Palma de Mallorca). La primera, sobre su traducción del poema de Paul Claudel A los mártires españoles, publicada por la Secretaría de Ediciones de la Falange, Imprenta Alemana de Sevilla, 1937 y la segunda, la Antología Poética del Alzamiento 1936-1939, Imprenta Cerón, Cádiz, 1939, firmada con el pseudónimo de Jorge Villén. Ambas necesitan glosa:
Julio Rodríguez Puértolas, en su Historia de la Literatura Fascista Española, vol. I, pp. 213-214, explica la inclusión de Jorge Guillén en su libro por su traducción del poema de Claudel (claro, lamentar el asesinato y tortura de miles de religiosos es muy censurable) y lo hace con palabras del propio Guillén:
“Me sorprendió la guerra en Valladolid; estuve preso en Pamplona del 4 al 9 de septiembre de aquel año 1936; de nuevo en Sevilla, donde era profesor, se me formó expediente y quedé “inhabilitado para cargos directivos y de confianza”; antes de salir de la Península me vi obligado a poner en español un poema de Claudel. Son páginas sin derecho a figurar en una posible colección de mis textos, porque no es mío y no reconozco como mío más que lo firmado libremente por mí […] La sangre había llegado, en efecto, al río, durante aquella guerra, y a un nivel de circunstancias que produjeron aquel acto de pluma sometida.”
El subrayado es mío. Por cierto, dejando de lado lo poco plausible (en el auténtico significado del término), de sus declaraciones, Guillén hizo mal al no querer incluir entre sus obras su versión de Claudel porque es la mejor traducción que le conozco, desde luego infinitamente mejor que El cementerio marino de Paul Valéry, cuya torpeza lírica contrasta notablemente con las habilidades demostradas por el poeta en sus creaciones originales. En cuanto a la segunda referencia, es, sin duda, espuria. Esa confusión entre Jorges no es sólo del catálogo dónde lo vi, sino que ya había producido engorrosos comentarios y exculpaciones. Al parecer, y no puedo tampoco dar ninguna fuente fiable, Jorge Villén era el secretario de José María Pemán. Pero seguro que esto hay por ahí alguien lo sabe.
Mi juvenil trabajo de librera pasó y también la privilegiada memoria de esos años, pero no mi afición, y en una pila que tengo apartada a esos efectos, y de la que echo mano cuando la fatiga y el insomnio se adueñan de mi maltratada mente, hay, por ejemplo, dos ediciones de la Guía de la Aristocracia, una de 1932-33 y otra de 1933-34, subtituladas: El solo Botin mundano oficial de Madrid. Esta publicación tiene una nota en la que se advierte que “este libro se encuentra en todas las Embajadas, Consulados, Cámaras de Comercio, Balnearios, Hoteles, Casinos y Clubs de España”. Contiene anuncios de modistas, cosmética y perfumería, restaurantes y productos gastronómicos de las grandes firmas de París, Biarritz, Cannes y de España y de lo mejor del momento, como correspondía al público al que iba dirigida.
Pero el grueso, y principal objetivo de esta publicación, es la guía telefónica y postal del cuerpo diplomático, la aristocracia y la alta sociedad de las ciudades de Madrid, San Sebastián, Barcelona, Bilbao y Sevilla. Compré una de ellas para regalársela a un historiador de esos años, que me envidiaba la que ya tenía, pero no lo hice porque había variantes de gran interés. Se trata de dos cosas que me impresionaron de forma especial, por mi interés y dedicación a las escritoras a las que hacían referencia. La primera es un anuncio del establecimiento de Productos para la belleza y Maquillage (sic) para teatro y calle, de la escritora Colette, en su breve y no muy exitosa aventura comercial, sito en el número 6 de la rue de Miromesnil, en París y del que yo tenía noticia, pero ningún testimonio documental. La segunda es más trágica: se trata de las señas del hijo de doña Emilia Pardo Bazán, en la calle de Goya 25, de donde, dos años después, sus asesinos, los milicianos del Frente Popular le sacaron para matarle, junto a su hijo de dieciséis años y me pregunto si esa “guía”, no lo fue también para los criminales.