Morir de éxito
«En el caso de Rivera, dirigente que prometía, al que se le auguraba gran futuro, es como si su ascenso hubiera sido tan rápido que se ha visto afectado por el mal de altura»
Era el genuino representante del centro, el político que podía mirar a derecha a izquierda. El yerno que querrían todas las madres, educado, joven, licenciado en Derecho, que se puso por montera a la Cataluña independentista y la atacó sin complejos, lo que convirtió a Ciudadanos en el partido más votado en esa comunidad antes de que el independentismo exacerbado se llevara la convivencia por delante. Albert Rivera decidió dar el salto a la política nacional y su partido quedó bien colocado, muy bien colocado, hasta el punto de que no solo él manejaba la idea de que un día se sentaría en el despacho presidencial de Moncloa. Y de repente … nada. O casi nada. Los sondeos vaticinan un descalabro que no se debe a la buena estrategia de otros, de los rivales, sino a errores propios. Tendrá que esforzarse mucho para vencer a esos sondeos a solo tres semanas de las elecciones…
Se equivocó en su política de pactos, de manera que cabreó a todo el mundo y se convirtió en el hombre del que no se fiaban ni unos ni otros. Sus relaciones personales –que son las que importan- con Sánchez y Casado son manifiestamente mejorables, e incluso las que mantiene con gente importante de su partido, porque no le gusta más protagonismo que el suyo, y no ha dudado en pasar a segundo plano a quien empezaba a destacar.
No supo comprender que la mayor parte de quienes crearon el partido con él tenían el corazón a la izquierda y acabaron abandonando el barco; ni tampoco comprendió que promover que los mejores de Cataluña dieran el salto a Madrid suponía dejar desarbolado su espacio más seguro. Luego llegaron los silencios incomprensibles cuando España era una bomba a presión y más que nunca se necesitaban referencias de los líderes políticos, como llegaron posiciones contradictorias con las mantenidas hasta minutos antes, o la promoción de figuras casi desconocidas mientras se relegaba a quienes hace apenas un año eran cabezas relevantes del partido. Y luego esas declaraciones de hace unos días en las que decía que si tenía que dejar la política no se preocuparía excesivamente porque su vida profesional estaba resuelta con su título de abogado. Lleva años haciendo política y todavía no se ha dado cuenta de que un político, jamás, pero jamás, y menos en campaña electoral, pueda dar a entender que ha pensado en un fracaso electoral.
España es un país dado a tumbar políticos. Pero no había ejemplos de políticos que por sí solos dan pasos hacia el abismo. En el caso de Rivera, dirigente que prometía, al que se le auguraba gran futuro, es como si su ascenso hubiera sido tan rápido que se ha visto afectado por el mal de altura.