Palabras irreales
«Al final del camino, somos aquello que decimos, nuestras justificaciones, las creencias que determinan nuestro hacer»
Las palabras irreales son mentirosas, pero también las palabras faltas de sustancia, incompletas y débiles aunque arrogantes; las opiniones y los credos ideológicos, la banalidad y la hipocresía, el cinismo y la confusión, la ignorancia y la soberbia. “Unreal words” fue el tema sobre el que versó uno de los sermones más conocidos del cardenal Newman, hace ya siglo y medio. Él se refería al peligro que supone el lenguaje cuando se basa en palabras demasiado alejadas de la verdad. Porque en el fondo nuestras creencias, nuestras ideas, todo lo que expresamos, termina por incidir en nuestra vida cotidiana. Al final del camino, somos aquello que decimos, nuestras justificaciones, las creencias que determinan nuestro hacer. Por ello, Newman daba tanta importancia a las palabras irreales, que actúan como sombras de la verdad, como una neblina moral que oscurece, confunde y finalmente desorienta a los pueblos. Sabía perfectamente cuán difícil es dar el paso de la confusión a la claridad, de la noche a las palabras reales. “Lleva mucho tiempo –escribió Newman en aquel sermón– percibir y entender la realidad en sí; es algo que sólo aprendemos gradualmente”.
Por palabras irreales entendía también Newman los juicios apresurados, los apriorismos y los prejuicios. Sabía que todos caemos en ello continuamente. Un celebre historiador francés, Marc Bloch, sostenía que los grandes fracasos colectivos son consecuencia de los errores de la inteligencia, de los malos análisis en definitiva. ¡Cuántas veces nos dejamos llevar por palabras señuelo, por las retóricas del populismo que inflaman a los pueblos! ¡Cuántas veces las pequeñas maledicencias rompen la buena vecindad! ¡Cuántas veces pontificamos muy por encima de nuestros conocimientos como si fuéramos tertulianos de plató, condenando o absolviendo con una frivolidad pasmosa! Con una valentía además que reservamos sólo para lo políticamente correcto, nunca para lo que queda fuera de la corrección política.
Vivir inmersos en un mundo sin otra luz que la irrealidad de las palabras es algo muy actual. Quizás el cambio más significativo que hemos conocido en estos últimos diez años haya sido la propagación de un pensamiento mágico que ofrece soluciones demagógicas a problemas mucho más complejos y que conduce a la sociedad –por su propia dinámica– hacia los extremos. Si sólo es posible descubrir el color de la realidad de un modo lento y gradual, cabe preguntarse si deseamos hacerlo o si por el contrario preferimos obedecer los dictados de las palabras irreales, con su fácil pulsión frívola y justiciera.