El precio de la soberbia
«Todo era tan obvio y tan electoralista que, sí, Sánchez ha ganado en el bloque de la izquierda, pero este ha menguado y su futuro se complica»
“Recuerda que eres (in)mortal”, debió de susurrar un asesor al oído de Pedro Sánchez. Obviando la prudencia de los antiguos, su soberbia nos llevó a las cuartas elecciones generales en cuatro años. ¡Cuánto daño ha hecho House of Cards a la política! Se veía victorioso y la campaña estuvo a la altura de su cesarismo, desde un uso partidista de las instituciones, que exasperó a la Junta Electoral Central, hasta una ignorante prepotencia, que irritó a la Fiscalía. La teoría del politólogo afirmaba que una repetición electoral aglutinaría el voto en los partidos líderes de cada bloque, pero debieron haber disimulado un poquito. Las jugadas maestras, para los indepes, oiga. Todo era tan obvio y tan electoralista que, sí, Sánchez ha ganado en el bloque de la izquierda, pero este ha menguado y su futuro se complica. Quiso repetir las elecciones para recuperar el voto que se le había ido a Podemos y Ciudadanos, y ha acabado perdiendo diputados y cerrándose la puerta a posibles pactos. La operación Errejón no ha funcionado y Ciudadanos será la sexta fuerza en el Congreso, por detrás de ERC. Además, el Partido Popular sube más de 20 diputados y afianza la figura de Pablo Casado como presidenciable. Así, quizá la única alegría que la noche deparó a Sánchez fue la subida de VOX y el mantenimiento de la fragmentación de la derecha.
En Cataluña, por otra parte, los partidos independentistas presentaron más candidaturas que nunca a unas Cortes Generales a las que juraron no volver, demostrando el fracaso del golpe separatista de 2017, pero obteniendo unos resultados que confirman la victoria del plan pujolista y del granítico marco mental nacionalista, ciego ante la verdad y el daño que inflige a la sociedad catalana. Gana ERC, sube el partido de Lisa y Gandalf, y entra la CUP con una lógica antiparlamentaria propia de partidos muy retro. Otra clave catalana es el sorpasso en el campo constitucionalista. El Partido Popular ha superado en votos a Ciudadanos, un punto de inflexión que sitúa a Alejandro Fernández como la voz más ilusionante del centro derecha y del constitucionalismo en Cataluña. Antes de las elecciones, Ciudadanos había rechazado una coalición del estilo Navarra Suma. Craso error estratégico que debería ser enmendado con más inteligencia.
Sea como sea, ahora se vislumbran dos opciones de gobierno en España, las dos con una derivada catalana de no poca importancia. La primera es un gobierno Frankenstein con Sánchez. Necesitaría el apoyo de algunos enemigos del Estado, los de la moción de censura contra Rajoy, los de la sedición y la fuga. El PSOE ha reabierto la puerta del plurinacionalismo —el fin de la nación— a ERC. Sería volver a Pedralbes para dar más poder al separatismo y desproteger al constitucionalismo. Con todo, ERC no se moderaría, porque es incapaz de escapar del bucle emocional y destructivo de Puigdemont y su enloquecido partido de nombre cambiante. Así pues, esta investidura probable nos llevaría a una gobernabilidad imposible: un desastre para España.
La segunda opción es un gran pacto constitucionalista. El fondo y la forma estarían por ver. Y su probabilidad, también. Es cierto que el actual líder socialista es un significante vacío que puede ser rellenado con cualquier ocurrencia acompañada por un aval demoscópico. En el discurso de investidura Sánchez podría transformarse en el más constitucionalista de todos los españoles, en una suerte de octavo padre de la Constitución, pero de él uno puede esperar cualquier cosa, menos que cumpla su palabra. No es de fiar. La traición se produciría tras las elecciones catalanas; por lo que debería ser un pacto constitucionalista firme, es decir, sin Sánchez. No obstante, a pesar de ser el principal responsable de esta situación, no parece que vaya a dimitir, ni tampoco que vayan a echarle los de su partido. Ahora mantiene un control férreo sobre el PSOE y todo se complica.
En definitiva, antes que retirarse y garantizar una gobernabilidad constitucionalista capaz de afrontar los retos económicos y territoriales que ya están sobre la mesa, Sánchez preferirá una tercera vía: otra contienda electoral. Sin embargo, esta nos conduciría a un aumento del antiparlamentarismo en España. Una vía peligrosa. La ingobernabilidad es corrosiva para la democracia, ya que esta no se sustenta solo con sus valores, sino también con su eficacia. Si no funciona, se deslegitima. Así pues, sería una mala opción para España, pero un caramelo para Sánchez y su manual de resistencia.