Elogio del votante asesino
«Se ha cargado a Ciudadanos, antes se cargó a UPyD. Se carga a los mejores»
No deja de haber grandeza en los partidos nuevos, que nacieron de una insatisfacción, de una disconformidad con el sistema de partidos vigente, y que andan en la cuerda floja, haciendo equilibrios entre la existencia difícil y la inexistencia de la que proceden. A esos partidos sus votantes no les perdonan ni una. Si los votaron porque expresaban esa disconformidad y esa insatisfacción, es que eran votantes sensibles a ambas afecciones: afecciones que resurgirán frente a esos partidos a poco que los decepcionen.
Hay adolescencia en la postura, idealismo, esteticismo incluso. Sin duda, un insidioso afán de pureza que es incompatible con la suciedad de la política práctica. Yo, que estaría en este sector, reconozco perfectamente sus límites, sus fallos y hasta sus trampas. Reconozco también sus eventuales efectos negativos: no precisamente en la dirección de la pureza. Pero enfrente está el otro votante, el inamovible, el pancista, el satisfecho hasta la náusea con ‘su’ partido, al que votará haga lo que haga, por fatal que lo haga, porque votarlo no es una elección política sino un rasgo de identidad. La abominación hacia ese votante me mantiene en mi inestable lugar, pese a las dudas. (Dudas entre las cuales está, por supuesto, el reconocimiento de las ventajas de la estabilización, que les permite a los partidos tener un ‘suelo’.)
Puede que el más recomendable sea el famoso ‘swinger voter’ de los politólogos, que hace que la cosa se mueva: la oscilación al menos del bipartidismo, que sin el ‘swing’ de ese votante no tendría compás. En la franja de indecisos se cuece el avance; o el retroceso. En ellos se da el compromiso entre la crítica (o el no apego) y la acción, puesto que al final se deciden. Prestan su complemento ocasional a los votantes fijos, y la combinación es fecunda. Así se engendran gobiernos.
Volviendo a los votantes del principio, tras los que se me van los ojitos, aun sabiendo que están condenados a una cierta esterilidad, que se extendería en la medida en que se extendiesen, considero que también resultan benéficos, del modo en que el arte resulta benéfico: simbólicamente. No está mal que haya un núcleo de votantes que no transijan con los errores, para ‘recordarles’ a los otros que existe la ética de los principios, aunque la deseable sea la de la responsabilidad. Votantes maximalistas del “¡César o nada!”, o del “¡Faisán o hambre!”, que acaben en la nada y en el hambre: las de ellos y las del partido que al final liquidan. Así ha vuelto a ocurrir en las elecciones del domingo.
Lo que no se puede discutir es el buen gusto del votante asesino. Se ha cargado a Ciudadanos, antes se cargó a UPyD. Se carga a los mejores.