Siempre nos quedará Fouquet's
«Tal vez los Campos Elíseos ya no son lo que fueron, pero siempre nos quedará Fouquet’s, el cuartel general de la gente del cine y el teatro francés»
“Siempre nos quedará París”, le dice Rick Blaine a su amada Ilsa en una de las últimas escenas de la película Casablanca (1942), tratando de minimizar la inevitable separación y la idea más que probable de que nunca volverán a verse. Se refiere, claro, a aquel alegre París de entreguerras donde Maurice Chevalier y Josephine Baker ponían la banda sonora de una época resplandeciente y el champagne parecía manar de los grifos en locales como Maxim’s o Fouquet’s.
Quizá por su situación privilegiada cerca de las grandes salas y escenarios, en la esquina de los Campos Elíseos y la avenida de Georges V, Fouquet’s era entonces –y aún es– el cuartel general de la gente del cine y el teatro francés. Igual que el cercano Le Boeuf sur le Toit era el cabaret favorito de Cocteau, Stravinsky y Diaghilev o La Coupole reunía en sus mesas a todos los artistas flipados de Montparnasse, con Braque, Man Ray, Giacometti y Picasso a la cabeza.
Aquellos años locos que nunca pudimos disfrutar estuvieron a punto de causarnos, como al protagonista de Medianoche en París (Woody Allen, 2011), la nostalgia de lo no vivido. Principales culpables: Hemingway, Fitzgerald, Gertrude Stein, Henry Miller o Anaïs Nin, que transmitieron, cada uno a su manera, sus aventuras eróticas y etílicas a ritmo de vanguardia y jazz. Pero quien mejor ha narrado últimamente ese periodo hermoso y raro ha sido Dan Franck, cuya trilogía Le temps des bohèmes (Grasset, 2015) dio pie a una magnífica serie documental de animación titulada Les aventuriers de l’art moderne, producida por el canal Arte.
Historia viva de aquellos tiempos, Fouquet’s celebra hoy su 120 aniversario tras reabrir las puertas el verano pasado. Había estado cerrado cuatro meses por reformas, después de los destrozos provocados el pasado16 de marzo pasado por una manifestación de los ‘chalecos amarillos’ durante la cual fue parcialmente incendiado y saqueado, además de acabar con sus vitrinas exteriores destrozadas. ¿Acaso los manifestantes decidieron cebarse con el local donde Nicolas Sarkozy celebró su triunfo en las elecciones presidenciales de mayo de 2007, rodeado de la jet set parisina y de los líderes empresariales del CAC 40? Aquella fiesta demasiado visible y tan poco adecuada marcó para siempre el mandato de Sarko con el calificativo de bling-bling (por el tintineo de las joyas). Sólo hizo falta que el mandatario galo se casara luego con una top model…
Pero volvamos a nuestra ilustre establecimiento, fundado como despacho de bebidas (en francés, estaminet) bajo el nombre de Critérion a finales del siglo XIX, hasta que Louis Fouquet lo adquirió para crear un café de estilo anglosajón –un poco copiado del Maxim’s– y le cambió el apelativo por el de Critérion Fouquet’s. Desde entonces, el local fue ganando ringorrango, sobre todo bajo la dirección de su sucesor Louis Mourier, que le dio estatus de brasserie de lujo con fachada hausmanniana y terraza con vistas al Arco de Triunfo a partir de 1905, para acoger al París mundano, por las noches, a la salida de los hipódromos de Longchamp y de Auteuil, con Colette, Bataille, Bugatti o el Aga Khan III como figuras emblemáticas.
Propietario de los restaurantes triestrellados Foyot y Café de París, discípulo de los míticos chefs Prosper Montagné y Auguste Escoffier, Mounier cuidó de tal forma la gastronomía de Fouquet’s que, en 1921, obtuvo su primera estrella Michelin, gracias a platos como el potaje Saint-Germain, el tournedós Rossini –una creación de Escoffier en honor al compositor italiano–, el lenguado al champagne, la silla de liebre flambeada o el suflé al Grand Marnier. En 1938, ya bajo la dirección de Maurice Drouant –a la sazón, dueño del restaurant Drouant de la rive droite donde se falla el Premio literario Goncourt–, Fouquet’s consiguió el tercer macarron de la guía roja, situándose al nivel de La Tour d’Argent, Lapérouse, Lucas-Carton, Larue y otras grandes mesas parisinas. Luego, la ocupación nazi dio al traste con su vocación de haute cuisine. Acaso estaba destinado a otra cosa…
Actualmente Fouquet’s carece de aspiraciones culinarias, aunque tiene como asesor al prestigioso chef Pierre Gagnaire. Desde 2006, pertenece a la familia Barrière, quien compró los cuatro edificios colindantes para insertar este monumento protegido dentro de un flamante hotel cinco estrellas gran lujo, diseñado por Jacques García. Con su visión de empresarios de hoteles y casinos, los Barrière no sólo han conservado toda la iconografía cinematográfica –ahí están los retratos de actores en blanco y negro del Studio Harcourt que decoran el bar y las nuevas suites–, sino que al igual que Pierre Cardin con el Maxim’s han hecho de Fouquet’s una marca con hasta siete sucursales en destinos vacacionales de lujo como Marrakech, Montreux, Courchevel o el Hotel Majestic de Cannes, indiscutible place to be para los asiduos al festival de cine.
Así que Fouquet’s sigue siendo Fouquet’s en su relación con el séptimo arte, que se remonta a la llegada del cine mudo y la construcción de grandes salas de proyección en los Campos Elíseos. Desde entonces, actores, representantes, directores y productores se cruzan aquí con periodistas, curiosos y cazadores de autógrafos, manteniendo la tradición farandulera de un local que ya fue el favorito en los años 30 de Abel Gance, Marcel Pagnol o Charles Chaplin, cuando en las mesas exteriores se firmaban diariamente contratos de rodaje o de representación mientras la orquesta del fondo tocaba de memoria el repertorio completo de Cole Porter.
Cuando, en 1976, George Crevenne fundó la Academia de Artes y Técnicas del Cine e instauró los Premios César, nadie osó discutir dónde se realizaría anualmente el almuerzo de anuncio de nominados o la cena de gala posterior a la ceremonia de entrega de los galardones. ¡En el Fouquet’s, por supuesto! Los ganadores de la estatuilla son recompensados, además, con su nombre grabado en una placa de latón en la entrada de la brasserie.
Ahora los turistas se pelean por conseguir, entre las boiseries claras y los sillones de terciopelo rojo, las mesas favoritas de Edith Piaf o Charles Aznavour para comer ese milhojas que se ha convertido en el plato icónico de la casa, mientras fuera las grandiosas salas de cine han dejado sitio al comercio de Louis Vuitton, Lacoste, Zara y otras marcas. Tal vez los Campos Elíseos ya no son lo que fueron, pero siempre nos quedará Fouquet’s.