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Áurea Moltó

Nos están hablando (la gran brecha I)

«La brecha generacional que llega a 2020 es completamente diferente, y no atenderla derivará en un conflicto de graves consecuencias»

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Nos están hablando (la gran brecha I)

De las todas las brechas sociales, la generacional es la más desestabilizadora. Se equivocan quienes contemplan esta fractura como la tensión lógica entre unos jóvenes agitados, con el futuro por delante, sin experiencia vital suficiente para comprender las dinámicas del “mundo real”, y unos adultos atemperados que deben gestionar los “auténticos problemas del presente”. Los jóvenes nos están diciendo que no. Su agitación no es simbólica ni es el clásico conflicto generacional, sino una injusticia intergeneracional que amenaza el futuro de la sociedad en su conjunto.

La brecha generacional que llega a 2020 es completamente diferente, y no atenderla derivará en un conflicto de graves consecuencias. Políticos, empresarios, sindicatos, medios de comunicación… todos debemos dejar de mirar por el retrovisor porque la brecha está delante de nosotros, y contiene los elementos más dañinos de la desigualdad económica, educativa y geográfica.

¿Quiénes son los jóvenes? Responder a esta pregunta es el primer paso para entender la magnitud del problema, porque se trata de un grupo que va de los 18 a los 35 años. Es decir, hay jóvenes en sentido estricto, aquellos que acaban de cumplir la mayoría de edad, pero incluye un grupo más amplio, entre los 24 y los 35 años, que son adultos en edad de trabajar, emanciparse, emprender, asumir riesgos, endeudarse y reproducirse. Todo ello está hoy fuera de sus expectativas por imperativo de la realidad. Es una situación generalizada en el mundo, pero especialmente grave en una Europa envejecida; de Reino Unido a España.

Los dos datos más recientes que documentan la precariedad de los jóvenes españoles acaban de proporcionarlos el Banco de España, en la Encuesta Financiera de las Familias, y el Consejo de la Juventud, en el Observatorio de la Emancipación Juvenil. De entre la multitud de indicadores alarmantes, bastan tres para el desasosiego: la renta media de los menores de 35 años es hoy un 23% inferior a la de antes de la gran crisis económica, de la que han sido los mayores perjudicados; solo uno de cada cinco jóvenes entre 18 y 29 años estaba emancipado a mediados de 2019; el pago de un alquiler supone más del 94% de su sueldo.

Nunca antes había sido tan difícil para los jóvenes gestionar el presente y proyectar el futuro, sobre todo porque las circunstancias han dejado de ser coyunturales y se presentan como estructurales de un sistema económico desbordado por los cambios demográficos y tecnológicos. El concepto seguridad ha perdido el significado para ellos. En la lista de desafíos que tienen por delante están el envejecimiento, un mercado laboral transformado por la digitalización y la necesidad de transitar hacia una economía descarbonizada. ¿Cómo asumir esta “misión” si no es posible tomar decisiones primarias como independizarse o formar una familia?

La experiencia vital de los jóvenes de hoy está definida por la recesión económica, la digitalización, la explosión de las redes sociales, la globalización, la diversidad cultural, étnica y altos niveles de educación. Reconocen que disfrutan de más libertades que sus padres y que el avance tecnológico les permite estar más conectados, informados y acceder a más conocimientos. Creen que la participación es necesaria, practican el activismo digital y salen a la calle a manifestarse.

Sin embargo, no consideran a la política como un cauce de búsqueda de soluciones o promotor del cambio. Por el contrario, como recoge el estudio Jóvenes, Internet y Democracia, de la Fundación Felipe González, creen que los políticos, cuando hablan, se dirigen a una persona entre 40 y 50 años, profesional liberal, con empleo estable y renta media-alta. Alguien a quien no consideran una persona “real” con problemas reales. En definitiva, no se sienten representados.

La desafección hacia la política y la crítica al funcionamiento de la democracia puede explicarse con un dato: el 75,3% está muy o bastante de acuerdo con que en el futuro tendrán una situación económica peor que la de sus padres. Los jóvenes están convencidos de que no tienen capacidad de influencia, lo que se traduce en una baja participación electoral y en un voto radicalmente distinto por cuestión de edad. Ya no es la clase el factor diferencial del voto, sino la edad.

Uno de los más efectivos pegamentos sociales ha sido el contrato intergeneracional; una promesa implícita de progreso para los jóvenes y cuidados para los mayores. En definitiva, una garantía de bienestar para la sociedad. La creencia de que cada generación vivirá mejor que la anterior da sentido de pertenencia, confianza y amortigua los impactos en épocas de crisis. Los españoles conocen bien los beneficios que tiene –incluso para la estabilidad política– un sólido vínculo entre generaciones.

La justicia intergeneracional se ha convertido en un reto de primer orden en un escenario europeo de envejecimiento y bajo crecimiento económico. La Resolution Foundation de Reino Unido ha elaborado un documento titulado Un nuevo contrato generacional. Aunque el diagnóstico y las propuestas son específicas para Reino Unido, merece la pena tomarlo como modelo para políticas públicas en España en materia de vivienda, empleo, formación y pensiones. Cerrar la brecha generacional no será fácil, pero solo la política puede hacerlo y los jóvenes deben saberlo.

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