Dos actores
«En Los dos papas planea, claro está, la corrupción y la pederastia atávica de estos señores disfrazados de santos que se comportan como el mismísimo diablo»
Me gusta de Los dos papas (Fernando Meirelles) su particular concepción de buddy movie. En este caso sería la amistad que se establece entre un argentino y un alemán a lo largo de las dos horas que dura el film. No es poca cosa teniendo en cuenta además que ambos representan dos visiones, si no enfrentadas cuando menos distantes, del catolicismo. Es el aspecto teológico el más endeble de la narración. El director barre para la casa de la progresía con un panegírico más o menos velado del cristianismo de alpargata. Se entiende, no obstante, ya que pintan bastos y la cosa más acá del reino del señor no está para demasiadas alegrías, aunque los panglosianos de manual divulguen dicharacheros que cada día vivimos mejor, más longevos y contentísimos de habernos conocido.
Volviendo a la peli de marras, a esta suerte de road movie estática (donde el único que se mueve es Dios, verbo que está en todas partes) dos actores la convierten en interesante y entretenida. Jonathan Pryce y Anthony Hopkins se salen en oficio, tablas, gracia y matiz sin pausa, partiendo de un guion atrevido y original pero con muchos boquetes y demasiados topicazos. Mejor pasemos por alto los chistes y clichés de y sobre argentinos porque son puro sonrojo. Aunque esté bien que se recuerde que el jesuita le dio la hostia (y no de hostias) al matarife Videla, otro salvador del peligro rojo.
Planea, claro está, la corrupción y la pederastia atávica de estos señores disfrazados de santos que se comportan como el mismísimo diablo. Poco parece haber hecho el papa che-ye-ye para acabar con la lacra. De hecho, lo teníamos por desaparecido antes de que esta peli lo volviera a ascender a los altares de la actualidad con toda su campechanería a cuestas y sus más que discutibles declaraciones.
Vale la pena el visionado de Los dos papas. No es ni mucho menos el film del año, pero, en estos días de peripatéticas alianzas y amistades peligrosísimas, se agradece este ejercicio de humor y de maestría interpretativa.