Y solo importa el voto
«Votar se ha convertido en un fin en sí mismo, y no en un mecanismo para alternar gobiernos o impugnar o ratificar las medidas del Ejecutivo de turno»
El populismo que presiona nuestro sistema democrático ha reducido la misma democracia, con sus contrapoderes y el sometimiento de todos a la ley, al voto directo de los ciudadanos. Todos queremos votar y lo queremos votar todo, aunque no sepamos las consecuencias de este sufragio o cómo se traducirá a la práctica. Votar se ha convertido en un fin en sí mismo, y no en un mecanismo para alternar gobiernos o impugnar o ratificar las medidas del Ejecutivo de turno. Por esta misma razón, poco importa que en Cataluña y en el resto de España se haya citado a los ciudadanos a las urnas prácticamente cada año: se prioriza la voluntad popular y los sentimientos o veleidades del momento a los procedimientos que rigen nuestro sistema.
Es así cómo ERC ha arrancado al PSOE una votación en Cataluña de lo que se acuerde en la mesa de diálogo. Esta votación es la puerta de entrada al reconocimiento de un supuesto derecho de autodeterminación de Cataluña. Y eso llega apenas dos años después de que el nacionalismo vulnerase el ordenamiento jurídico.
Tanto que se mira a Europa para señalar los errores del sistema judicial español, convendría también recordar los requisitos fijados por el Consejo de Europa para que un Estado democrático pueda definirse como tal: Estado de Derecho, democracia y voto. Unos requisitos cuyo orden, además, no puede alterarse si dicho Estado quiere seguir siendo democrático. Precisamente porque es sabido que el voto directo ha sido, a menudo, la herramienta favorita de muchas dictaduras, que utilizaban los referéndums como quien abre las ventanas para airear de vez en cuando el olor molesto de un sistema corrupto sin prensa libre, ni rendición de cuentas ni pluralismo político.
Quizás antes de someter a sufragio popular cualquier entente, habría que arrancar a ERC un compromiso previo y fundamental para iniciar cualquier diálogo: el de abandonar cualquier vía ilegal y, en consecuencia, antidemocrática, para conseguir sus objetivos políticos.