Contra Roca Barea (en parte)
«Sí, hay una España brillante oculta en el sótano de la historia, y comparto la idea de Roca Barea: hay que desenterrarla»
Sé que llego tarde a la discusión, si es que llego, desatada hace unas semanas en torno a la figura de Elvira Roca Barea, pero necesitaba leer su obra con algo de espíritu crítico para poder meter el corvejón en el debate. Y lo hago ahora reconociendo que estoy de acuerdo con el sustrato de su tesis: el imperio hispánico ha visto cómo el recuerdo de sus éxitos y de su virtudes se ocultaba, mientras sus errores y desastres se incrustaban en el imaginario popular a golpe de leyenda. Coincido con ella también a la hora de señalar el XIX como siglo en que se afianza la propaganda antihispánica, coincidiendo en él la caída del último rescoldo de la España ultramarina, el auge de varias potencias europeas, el nacimiento de los regionalismos peninsulares, y la necesidad de señalar a un culpable ad aeternum que lo justificase todo. Y vuelvo a coincidir con su discurso en que es necesario rescatar a los grandes astrónomos, físicos, ingenieros, filósofos, marinos, etc. que arrojó aquel imperio; excelencias que ahora muchos rehúyen asegurando, por ejemplo, que aquí nunca hubo ciencia, y otras sentencias perniciosas similares.
Por tanto, sí, insisto, estoy de acuerdo con la base que sustenta su libro. Ahora bien, hay varios hilos argumentales que va construyendo sobre esa base con los que ya no estoy tan de acuerdo. Principalmente uno: culpa a los Borbones, recién llegados a la corona española en el XVIII, y a los afrancesados que se arremolinaron alrededor de su corte de ser los principales introductores de esa leyenda negra en España, antes del afianzamiento en el XIX del que ya hablamos. Adereza este discurso extendiendo un halo de negatividad sobre este siglo de las Luces, y con una reivindicación potente del siglo anterior, el XVII, estigmatizado por los historiadores. Aquí es donde difiero claramente con la autora. El XVII es un siglo atroz para España, y no lo digo sólo por su dispendio y sus derrotas militares, sino sobre todo por su cerrazón, su manera de abrazar una religión sin importar contra qué, eso que Ortega llamó «la tibetanización» del país. La aparición de algunos intelectuales en dicho siglo propone una apertura, un acercamiento. Sé que el propósito del mensaje de Roca Barea es negar que esa apertura fuese beneficiosa, pero ¿acaso esas ideas aperturistas no son vistas hoy como de lo mejor que le ha ocurrido a este país en siglos? ¿La desaparición de fronteras dentro del reino? ¿La ley de supresión de tasas? ¿La libertad comercial? ¿La protección de las industrias de paños, algodón y cristal, las más importantes entonces? ¿La reforma de Hacienda? ¿La creación del Banco de España? ¿Las Juntas de Caridad? ¿La protección de la historia, la lengua, la medicina o las bellas artes con la fundación de sus academias? ¿La Biblioteca Nacional? ¿Los colegios de cirugía? ¿Las escuelas gremiales? ¿Los cinco mil kilómetros de carreteras construidos ese siglo? ¿El canal de Castilla? ¿La renovación de la marina y los arsenales en Cádiz, Cartagena y Ferrol?
Perdonen este ubi sunt exagerado, pero exponer hoy todas estas ideas como símbolo del avance del XVIII provoca hasta rubor. Ideas todas ellas de fuerte corte ilustrado, que hubieran sido difícilmente articulables de haber continuado con el cerrado ombliguismo del XVII. Ideas muchas consensuadas por una serie de intelectuales que fueron perseguidos hasta la extenuación por ese verbo reaccionario que aquí nunca se apaga. Pienso en Macanaz, por ejemplo, renovador de la escena jurídica española del XVIII, un visionario en materia fiscal, supresor de conceptos medievales tan desfasados como los fueros en Aragón y Valencia. Un ilustrado que terminaría siendo perseguido por la Inquisición durante décadas, y que no tendría más remedio que exiliarse. Porque Roca Barea, que invierte innumerables páginas en defender el papel de la Inquisición aportando cifras de mortandad y garantismo jurídico, olvida el mayor mal de cuantos el Santo Tribunal trajo consigo: infundir miedo durante siglos, servir como espada para esa España reaccionaria a la que me refería.
Por tanto, sí, hay una España brillante oculta en el sótano de la historia, y comparto la idea de Roca Barea: hay que desenterrarla. Ahora bien, en la asunción de culpabilidades ya no estoy tan de acuerdo. De la ridiculez que supone achacarles a novelistas a sus obras de ficción parte de la responsabilidad de esta leyenda, ya si eso hablamos otro día.