Una mala hemeroteca
«Gabriel Rufián entrevistó a Arcadi Espada en un programa al que llama La Fábrica y se ha ganado un montón de elogios»
Qué barato les sale a algunos el elogio. Gabriel Rufián entrevistó a Arcadi Espada en un programa al que llama La Fábrica y se ha ganado un montón de elogios (¡incluso valiente!) porque ha sido capaz de aguantar un rato quietecito y sin insultar. Lo hizo en Twitter, eso sí, advirtiendo a sus seguidores de que no comiesen nada antes de ver la entrevista porque, en fin, vomitarían del asco. Por eso, pero no solo, es una entrevista profundamente deshonesta. Porque se basa en la seguridad de que no hay entendimiento posible. Rufián deja hablar al invitado convencido de que entre los suyos las palabras de Espada solo pueden provocar la náusea, convencido de que poco a poco, entrevista seria tras entrevista seria, irá dejando atrás la imagen de quinqui de Twitter para salir reforzado como hombre de diálogo y tolerante. Y convencido también de que todo eso lo hará sin perder a nadie por el camino; que ningún fiel sale de esa entrevista más espadiano sino, simplemente, un poco más rufián. Se equivoca, pero este es otro tema.
El único momento en el que el entendimiento fue posible, el único en el que Rufián de verdad se la jugó, fue cuando Espada le dijo que el independentismo[contexto id=»381726″] buscaba un héroe de la retirada. Pensé que saltaría gritando «¡yo, señorita, yo!» como el malote de clase cuando por fin trae hechos los deberes, pero se contuvo. Porque Rufián tiene sus ritmos y ahora está labrándose una mala hemeroteca al modo del santo que pedía castidad pero todavía no. Lo advirtió en la sesión de investidura y lo ha repetido en alguna otra ocasión: «Prefiero una mala hemeroteca a dejar de ser útil».
No hizo falta que lo jurase porque nadie lo puso en duda. Y no hizo falta que explicase a qué pretende ser útil porque el qué es ya secundario. De lo que se trata ahora es de pasar por un tipo serio, razonable, dialogante… por un hombre de estado. Y el problema que tiene es que los verdaderos hombres de Estado, aquellos que la historia recuerda como tales, solo pudieron preferir y prefirieron una mala hemeroteca porque en algún momento la habían querido buena, incluso impoluta. Se sacrificaron por algo más que por su gloria y por eso se hicieron dignos de ella. Lo que hace Rufián al renunciar ahora a una hemeroteca limpia, que tampoco hacia falta, es darse permiso para contradecir su pasado tantas veces como le parezca útil, para faltar a su palabra y a sus principios tantas veces como le haga falta en el futuro. Una mala hemeroteca para un hombre sin Estado.