El misterio de Ghibli
«El amor romántico es algo absolutamente colateral en sus tramas y, en muchas ocasiones, incluso, inexistente. ¿Qué no habría hecho Miyazaki con ‘Frozen’?»
Supongo que si algo comparten las 21 películas del nipón Studio Ghibli que Netflix acaba de incorporar a su catálogo son esa mezcla -casi inencontrable de forma tan precisa y recurrente- de belleza y misterio. Las obras de Ghibli demostraron que las películas animadas no tenían que ser sólo para niños. Es cierto que esto lo había desarrollado décadas antes Disney, pero jamás con los matices y el profundo conocimiento humano de Ghibli. Allí donde Disney colocaba prototipos, Ghibli desplegaba personajes de carne y hueso. Ante la felicidad de Disney, la realidad de Ghibli. Frente a los logros personales de los héroes de Disney, las conquistas colectivas y sociales de Ghibli.
“Viento caliente desértico”, eso significa Ghibli, un sobrenombre que le colocó el director Hayao Miyazaki, cofundador junto a Isao Takahata y Toshio Suzuki del estudio Kabushik gaisha Sutajio Jiburi en 1985. Desde entonces hasta ahora (cuando el gran gigante de la televisión bajo demanda les ha comprado sus títulos), Ghibli se ha caracterizado por una concepción artesanal, ancestral, casi folclórica del gesto fílmico, de la animación. Esa artesanía se ha mostrado, por ejemplo, en una de las reglas que Miyazaki impuso hasta 2013: las películas de Ghibli no podían tener más de una décima parte de animación digital, es decir, el trabajo humano seguía siendo esencial.
En plena época de #MeToo y de la discusión del papel que ocupan las mujeres en la series de televisión –en tanto grandes relatos que concitan nuestras pasiones y anhelos–, Ghibli se anticipó apostando por mujeres protagonistas y heroínas de sus cintas: Chihiro, Sophie, San, Fio, Nausicaä, Sheeta, Nicky… El amor romántico es algo absolutamente colateral en sus tramas y, en muchas ocasiones, incluso, inexistente. ¿Qué no habría hecho Miyazaki con Frozen?
Ver, una tras otra, las películas de Ghibli en Netflix despliega la imaginación como casi ningún otro relato –autor– es capaz de hacer. Miyazaki sintió que nuestra contemporaneidad –fijada, entre otras cosas, por el predominio absoluto de las plataformas que ahora propician el renacimiento de sus películas– estaba atrofiando nuestra imaginación. En una mítica conversación en el año 2004 con Moebius, Miyazaki dijo que en el siglo XXI “nuestros hábitos de pensamiento y nuestros valores, que hasta ahora parecían establecidos, están siendo desafiados”. Sin embargo, su propuesta para seguir conquistando nuestras mentes y nuestras almas no varía: “Para crear una película, me gusta arrojar una red al océano de mi imaginación y ver qué es lo que saco”.
Disfruten de Ghibli, disfruten del mundo.